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Por Claudio Fantini. Es posible que a Donald Trump no lo haya entusiasmado mucho la captura de Julian Assange. ¿La razón? Si Gran Bretaña concede la extradición, que ya solicitó la Justicia norteamericana, el controvertido comunicador australiano comparecerá ante magistrados que, seguramente, le preguntarán sobre la participación de WikiLeaks en la difusión de datos de las computadoras del Partido Demócrata robados por hackers rusos para sabotear la campaña de Hillary Clinton.
El informe que elaboró el fiscal especial Robert Mueller, tras su extensa investigación sobre el llamado «Rusia-gate», si bien no encuentra pruebas de «colusión» (colaboración) entre Moscú y Trump o su equipo de campaña, corrobora lo que ya habían confirmado la CIA y el FBI: hubo injerencia de Rusia para hacer que la candidata demócrata perdiera la elección frente al magnate ultraconservador del Partido Republicano.
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Mueller no hizo cargos contra WikiLeaks por difundir información que interfirió en la compulsa electoral, porque WikiLeaks no tenía impedimentos legales para hacerlo. Además, no fue ese instrumento informativo -fundado por Assange- el que robó la información confidencial a los demócratas y a su candidata. Al delito lo cometieron agentes al servicio de Rusia.
No obstante, un juez norteamericano puede preguntarle a Assange si al mantener tratativas con Moscú para la difusión del material que perjudicaría a Clinton, tomó algún tipo de contacto con Trump o su equipo de campaña.
Nadie sabe qué puede revelar o a inventar Assange si es juzgado en Estados Unidos, pero que este ciberanarquista australiano hable ante los estrados judiciales norteamericanos le debe resultar por lo menos inquietante al jefe de la Casa Blanca.
¿Es Assange un forajido global o un Robin Hood de los secretos del poder mundial? ¿Un mercenario o un héroe que revela lo que las potencias quieren ocultar?
Para muchos, Assange es un rebelde de este tiempo. El equivalente actual a lo que representaron el Che Guevara desde la Sierra Maestra y Daniel Cohn-Bendit desde el “Mayo Francés”. Para otros, no es más que un conspirador con delirios de grandeza.
Lo indiscutible es que creó una suerte de ciberanarquismo que sacudió el orbe y causó dolores de cabeza a la dirigencia mundial. Una insurgencia informativa que hizo aportes positivos, pero también provocó estropicios sin utilidad y realizó acciones de turbias intenciones.
La gesta informativa valorable fue revelar crímenes cometidos por los marines de las fuerzas norteamericanas que ocuparon Irak tras vencer a Saddam Hussein. El estropicio inútil que cometió fue volcar a la luz pública un océano de información surgida de cables diplomáticos, perturbando la relación entre países y desestabilizando gobiernos, sin que fuera necesario. Y entre las acciones turbias está la difusión de lo que hackers a-l servicio de Rusia- robaron de las computadoras y teléfonos de la dirigencia demócrata y de Hillary Clinton, colaborando con la conspiración para que Trump sea presidente.
Lo que parece claro es que la implacable persecución a la que lo sometió Washington no se debió a sus páginas oscuras sino a su aporte positivo: la revelación de crímenes norteamericanos en Irak. El mayor daño a la imagen las fuerzas de ocupación fueron las fotos de las torturas perpetradas en la cárcel de Abú Ghraib.
Al delito lo cometió la ex soldado Chelsea Manning, que fue quien robó la información de las bases de datos del Pentágono y la CIA y los cables diplomáticos de la Secretaría de Estado. Castigar con rigor al australiano contestatario que difundió esa información, respondería al pánico que genera en las cumbres del poder mundial el ciberanarquismo que practica insurgencia informativa.
Las denuncias de abusos sexuales en Suecia que lo llevaron, hace siete años, a refugiarse en la embajada ecuatoriana en Londres, fueron desactivadas por la propia Justicia sueca por falta de pruebas. Aunque el cautiverio puede haberlo desequilibrado mental y emocionalmente, la sospecha de que Washington estaba detrás de todos sus percances judiciales, no parece descabellada.
De hecho, si Ecuador lo entregó ahora, es porque el paso de Rafael Correa a Lenin Moreno llevó a Ecuador desde la vereda en la que están Rusia y sus aliados, a la vereda en la que se encuentra Washington.