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Por Claudio Fantini. Que un dirigente mediocre y vulgar, como Jair Bolsonaro, que hace apología de la tortura y esgrime un discurso de exaltación de la violencia, haya podido ser el fenómeno del proceso electoral de Brasil, se explica por varios factores. En fenómenos externos, en el derrumbe de la imagen de la clase política tradicional, en la falta de compromiso democrático y en las negligencias cometidas por la dirigencia racional y moderada.
Hasta desde Quebec soplaron vientos antisistema sobre las velas de Jair Bolsonaro. En las elecciones de la provincia francófona de Quebec, se desplomó la dirigencia tradicional y arrasó el movimiento derechista antiinmigrantes, que postuló a Francois Legault.
Ahora, Trump en la Casa Blanca, Duterte en el gobierno de Filipinas, Salvini manejando el poder en Italia, Orban al frente de Hungría y tantos otros derechistas extremos conduciendo Estados importantes, entre ellos Lavault en Quebec, amplían el espectro del ultraderechismo demagógico. Este movimiento dio alas al ex capitán del ejército que llegó al extravío de proponer sacar a Brasil de las Naciones Unidas.
Probablemente, la victoria de un candidato moderado habría estado asegurada si Lula apoyaba la postulación de Ciro Gomes y si ese dirigente del Partido Socialista mostraba algún gesto de acercamiento al PT. Pero no ocurrió.
A este panorama se suma que al desconocido y académico Fernando Haddad, resistido por el ala sindical del PT, Lula puso como compañera de fórmula a Manuela Davila, que es la secretaria general del Partido Comunista (PCB) y, por ende, espanta un gran caudal de votos centristas.
La centroderecha se neutralizó a sí misma con los fuertes choques entre el PMDB y el PSDB. Pero también Justicia la protagónica del gigante sudamericano aportó a restar fuerzas a la racionalidad ante la demagogia ultraderechista.
Que la Justicia haya dejado fuera de carrera a Lula cuando encabezaba todas las encuestas con una intención de voto que nunca alcanzó ningún otro candidato (40%) se puede explicar en la interpretación de la ley.
Pero no es explicable que la Justicia brasileña le haya prohibido al PT usar la imagen de Lula en la cartelería y los avisos televisados del candidato Haddad.
También haber prohibido entrevistas a Lula o la difusión de cualquier tipo de mensaje del ex presidente a los votantes, se parece más a censura que a la aplicación ecuánime de la Ley.
El desequilibrado que apuñaló a Bolsonaro también hizo su aporte al fenómeno de la ultraderecha. Que un izquierdista lo haya herido gravemente convirtió, por primera vez, en víctima a un eterno victimario. Y, además, justificó su ausencia en los debates con los otros candidatos. En ese escenario, sólo podía perder.
Todo esto se sumó a los vientos antisistema que despeinan el mundo para que un apologeta de la violencia y la discriminación terminara siendo protagonista principal del proceso electoral en una potencia del tamaño de Brasil.