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Por Claudio Fantini. ¿A qué apunta la conformación que hizo Cristina Kirchner de las listas del Frente para la Victoria? A conservar el poder, pasando del híper presidencialismo al parlamentarismo fáctico. Completa, además, el “blindaje judicial” de la familia gobernante y de sus personeros en riesgo.
Todo esto sin que la Presidenta tenga que descender de sus alturas para calzarse una candidatura que le permita mantener impúdicamente fueros.
Se trata de una jugada inteligente. Posiblemente, la mejor que podían diseñar en la Quinta de Olivos. Y el rasgo más significativo es el cambio de régimen: si hay un Kirchner en el sillón de Rivadavia, el poder está en la Presidencia. Pero si la jefatura de Estado pasa a manos de Daniel Scioli (el kirchnerista menos kirchnerista que podría existir en la heterogénea órbita oficialista), el poder debe trasladarse al Congreso.
Si hay un Kirchner en el sillón de Rivadavia, el poder está en la Presidencia, pero si la jefatura de Estado pasa a manos de Scioli u otro, el poder debe trasladarse al Congreso
Si los cálculos de Cristina Kirchner son convalidados por las urnas, la neurona principal del kirchnerismo, Carlos Zannini, controlará el Senado, y el leal y hasta fanático Wado de Pedro controlará la Cámara de Diputados.
De tal modo, a Scioli u otro postulante que ganara la Presidencia, le quedarían tres alternativas:
Primera: (que no depende de que quiera sino de que pueda) es que “mariottice” a los legisladores y funcionarios con que lo rodearon, o sea convierta a soldados de Cristina en “soldados propios”.
Segunda: que rompa con Cristina y su ejército de ocupación del Gobierno, y ejerza el poder mediante los DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia).
Y la tercera posibilidad es la que esperan Cristina, su hijo Máximo, Zannini y La Cámpora: que Scioli sea un presidente simbólico, como el de Israel o Alemania, donde al poder gubernamental lo ejerce, por la influencia del Parlamento, el jefe de Gabinete de Ministros.
En el caso argentino, será un parlamentarismo fáctico, con un vicepresidente que en los hechos ejercerá la Presidencia y un jefe del Poder Ejecutivo cuya utilidad terminará con la elección en la que posibilite el triunfo oficialista, convirtiéndose a renglón seguido en un títere de sus supuestos subalternos.
Por cierto, a esta encrucijada con desenlace enigmático se arribará si el kirchnerismo gana la elección presidencial. Que la pierda es algo que aún no se puede descartar. En ese caso, aparecerán otros enigmas, tampoco de fácil resolución.