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  • Detrás de la idea de suprimir la burocracia

    Publicado: 12/06/2017 // Comentarios: 0

    Por Eugenio Gimeno Balaguer. Para la persona común, burocracia es sinónimo de demora, complicación, papeleo, exigencias excesivas e inútiles, colas interminables y torturantes reexpediciones para consideraciones de distintos niveles de la jerarquía. La inmensa mayoría de los funcionarios públicos y ciertamente el 90% de la gente vinculada jamás oyeron hablar de Max Weber o de Franz Kafka, quienes tan bien la describieron y relataron.

    La eliminación o disminución de esos excesos y distorsiones, constituye la finalidad primaria de lo que entendemos por desburocratización.

    Un taller de vidrio en Indiana, Estados Unidos (1908). Las malas condiciones laborales en plena Revolución Industrial contribuyeron al surgimiento del movimiento obrero y sus reivindicaciones. Foto: Lewis Hine - U.S. National Archives and Records Administration.

    El Estado desconfía de las presentaciones de los ciudadanos | Foto: archivo Turello.com.ar

     

    En nuestra realidad

     

    En la Argentina, hubo significativas “victorias transitorias” sobre la irracionalidad y la ineficiencia, pero no se consiguió alterar la fisonomía global de la administración ni quitarle los vicios fundamentales. En algunos casos, los progresos tuvieron corta duración y fueron anulados por un gradual y melancólico retorno a la situación anterior.

    La razón principal del fracaso fue la de encarar el problema como esencialmente técnico, por la aprobación de planes unidimensionales, elaborados por especialistas, incorporando tecnología, sin explicar acabadamente su aprovechamiento

    En esos esquemas, se olvidó que la burocracia está compuesta de problemas prácticos que no se solucionan cuando se descubre la solución, sino cuando logramos implementarla.

    La centralización excesiva de las decisiones y la no delegación se transforman de hecho en una enfermedad crónica de nuestras organizaciones administrativas.

    La concentración del poder de decisión es la causa principal de la lamentable morosidad de las soluciones, del desmesurado crecimiento de la burocracia y del progresivo vaciamiento de contenido de la autoridad periférica.

    Una de las graves consecuencias de esta patología institucional es que tiende a “recetar” medidas uniformes y esquemáticas a un país enorme y desigual como el nuestro, marcado por diversas peculiaridades que reclama propuestas diferentes para problemas diferentes.

     

    La formalidad

     

    El exagerado apego al formalismo responde al absurdo de que en la administración pública se confiere más importancia al documento que al hecho, como si los componentes de la vida fuesen papeles y no personas y hechos.

    La desconfianza en el mal llamado usuario es la responsable del elevado tonelaje de certificados, testimonios, constancias y otros tipos de comprobantes previos, concomitantes y posteriores.

    Todo esto es exigido porque, en la administración pública, al contrario de lo que ocurre en nuestra vida privada, está prohibido confiar en las declaraciones personales. A las personas, de uno u otro modo, se les obliga a probar sistemáticamente, con documentos, su veracidad y honestidad. Con esto se penaliza al ciudadano honrado, sin inhibir al deshonesto que se especializa en falsificar documentos. El documento sustancialmente falso, generalmente es en lo formal más perfecto que verdadero.

     

    Romper la burocracia

     

    Es una decisión eminentemente política. Es reubicar al, insisto mal llamado, usuario en la posición de legítimo destinatario de los servicios y bienes. Un programa ligado a los conceptos de libertad individual, respeto por los derechos humanos y apertura a lo cotidiano en la vida del ciudadano. Un programa inspirado en la preocupación de simplificar la administración pública y la vida de los argentinos.

    La desburocratización no es una operación a corto plazo, ni un ataque inmediato y global a todos los programas de la burocracia. Si es un ataque estratégico, gradual y selectivo, iniciado por las exigencias y complicaciones que afectan al mayor número de personas.

    La desburocratización implica atacar las reconocidas disfunciones de la propia organización administrativa: la hipertrofia, la rigidez, la deshumanización, la tendencia al gigantismo, la insensibilidad ante las aflicciones del usuario, la inconstante vocación para agravarlas mediante las complicaciones.

    Ha sido la práctica continuada y la acumulación de estos vicios y pre-conceptos lo que ha hecho de la administración pública, un organismo enorme, lento, complicado, ineficaz, centralizado, insensible e inhumano, con las loables excepciones que siempre existen.

    Eliminar la burocracia implica un cambio en las estructuras, en la organización y sobre todo en las actitudes que prevalecen en la administración pública y en la sindical.

     

    Conclusión

     

    Una vez definidos con claridad los objetivos, no debemos olvidar que las transformaciones las llevan a cabo las personas y que es el factor humano el que va a decidir acerca del resultado final que obtenga.

    Es bueno recordar a Baltasar Gracián cuando escribía ya en el siglo XVII que “de nada vale que la razón se adelante si el corazón se queda”.

    No se conseguirá desburocratizar la administración sin antes cuestionar y, gradualmente, reformular la estructura institucional normativa. Pero no conseguiremos hacerlo si no existe en la cúpula de la administración -y sobre todo en la conducción de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial- una clara y firme voluntad política de provocar ese proceso de actualización cultural e institucional.

    La desburocratización siempre empieza a gestarse en el cerebro de la gente.

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