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Por Claudio Fantini. Al concluir el “supermartes”, Hillary Clinton habrá brindado dos veces. La primer copa, por su victoria en esa jornada clave, que la aleja de su aguerrido seguidor, el socialdemócrata Bernie Sanders. Y la segunda, por el triunfo de Donald Trump en las urnas republicanas.
Y no se equivocó si festejó dos veces. La esposa de Bill Clinton fue doblemente ganadora, porque, además de su triunfo, el supermartes fortaleció al republicano que más le convendría tener como contrincante en el duelo final por el Despacho Oval de la avenida Pensilvania.
Efectivamente, el ampuloso y vociferante magnate hizo de la grosería, la agresividad y las propuestas desopilantes, un instrumento para consolidar su imagen de outsider en un espacio político extremadamente radicalizado y furioso con los políticos.
De momento, las encuestas muestran que la ex secretaria de Estado vencería más fácilmente a Trump que a otro candidato republicano, porque -frente a un postulante de ideas y modales impresentables- absorbería la casi totalidad del voto independiente, un sector de posiciones centristas.
No sólo por eso. También porque muchos republicanos cuya sensatez sobrevivió a la deriva de radicalización que cada vez debilita más al Grand Old Party, no estarían dispuestos a votar a un personaje de rasgos grotescos y demagogia desenfrenada.
El fenómeno que originó el huracán Trump y al vendaval Sanders es la creciente caída de la clase media norteamericana. Sanders le dice a ese sector que la culpa de sus males es de Wall Street y le promete salvarlo atacando al capitalismo financiero con más controles y más impuestos.
A su vez, ante el mismo fenómeno socioeconómico, Trump le dice a la clase media que el culpable de su debilidad es el inmigrante, y le promete salvarla erigiendo un muro que hará pagar a los propios mejicanos.
La primera es una idea radical, pero discutiblemente demagógica. Mientras la de Trump es la misma demagogia peligrosa que usó Jean-Marie Le Pen para fortalecer su xenófobo Frente Nacional, alentando el miedo de la clase media francesa.
Del mismo modo que los votos socialistas de Lionel Jospin se fueron en 2002 hacia el conservador Jacques Chirac para evitar que Le Pen llegara a la presidencia de Francia, los republicanos moderados preferirán a la esposa de Bill Clinton antes que a Trump.
Pero Hillary no debe cantar victoria antes de tiempo. Es posible que el magnate inmobiliario esté actuando como sabe que debe actuar para ganar dentro de un espacio ganado por la frustración y la iracundia, y que cambie su discurso al llegar al duelo final. Y podría poner en escena a un desconocido Donald Trump: sereno, sensato y respetuoso. ¿Podrá?