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Por Claudio Fantini. Las decisiones que tomó el Papa Francisco para el jubileo tienen guiños a izquierda y derecha, o más precisamente, hacia los sectores más abiertos de la iglesia y hacia los sectores más dogmáticos y recalcitrantes.
La habilitación a los sacerdotes para que perdonen (se entiende que por única vez) a quienes hayan practicado aborto y lo confiesen con verdadero arrepentimiento, implica un gesto de apertura en tanto contradice a la Doctrina Eclesiástica que establece, para ese “pecado”, la excomunión.
Esto, por cierto, incomoda y escandaliza a la curia oscurantista. No obstante, la concesión anunciada por el Papa Francisco no es el gesto que la democracia y la sociedad contemporánea reclaman a la iglesia. El verdadero gesto de apertura sería que la institución católica cese toda forma de presión sobre gobiernos y clases dirigentes para impedir que las legislaciones despenalicen lo que la iglesia considera pecado.
❝La concesión anunciada por el Papa Francisco no es el gesto que la democracia y la sociedad contemporánea reclaman a la iglesia❞
Una cosa es predicar una posición y otra cosa es imponerla en la legislación de sociedades con estados laicos y multiplicidad de religiones y creencias, incluidos el ateísmo y el agnosticismo.
Una religión tiene todo el derecho a considerar cuál es el momento en que irrumpe “la dignidad de persona otorgada por Dios”, y también tiene el derecho a castigar con la excomunión a los fieles que violen esa consideración. Lo discutible es que tenga derecho a imponer esa visión a la jurisprudencia de las sociedades seculares.
Y en ese punto, el gesto del Papa Francisco no implica un paso hacia una iglesia con menos injerencia en los asuntos políticos y jurídicos de la organización en una sociedad abierta.
También es discutible el guiño que, paralelamente, el Papa hizo hacia el ala más recalcitrante del catolicismo: la Fraternidad de San Pío X creada por el obispo ultraconservador Marcel Lefebvre y enfrentada a las reformas eclesiásticas-doctrinarias establecidas por el Concilio Vaticano II.
Autorizar la confesión y comunión de lefebvristas no es polémico porque ese sector quiera volver a los ritos tridentinos y la misa en latín; sino porque rechaza la reconsideración de la iglesia respecto al judaísmo. Y eso implica reclamar que se restituya la descabellada y monstruosa acusación de “deicidio” (asesinato de Dios) que durante milenios la iglesia hizo pesar sobre los judíos, instigando de ese modo las segregaciones, pogromos, persecuciones y exterminios padecidos por esa etnia durante siglos en los países cristianos de Europa.
La cuestión grave no es el retrogrado tradicionalismo de los lefebvristas, sino su visceral antisemitismo.