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Por Héctor Cometto. Todos los caminos conducían a Independiente. Eran años de apogeo, con títulos, copas y cuidadas administraciones. Buen fútbol, un estilo de juego reconocido y una personalidad que todos admiraban.
El «Imperio Rojo» se trasladaba a América y el mundo, y todo era maravilloso.
Hasta los que no eran hinchas disfrutaban de su reinado, salvo los de Racing que habían conocido el éxito fulgurante y ahora, cuando se profundizaban sus problemas con el pozo del descenso, los que disfrutaban eran los de al lado.
Era el que mejor compraba y el que menos gastaba, el que mejor cumplía y menos se empeñaba, con ídolos que fueron líderes fuertes como Pastoriza, Pavoni, Trossero, Milito y otros, grandes habilidosos como Bernao, Bochini, Burruchaga. También catapultó al principal dirigente de la historia del fútbol argentino: Julio Grondona.
Y el ciclo del imperio concluyó, después de 101 temporadas consecutivas y 42 títulos. La caída fue pronunciada y no tiene fin. El descenso es tierra arrasada, no es verdad que solamente sea un resultado futbolístico más, ni que haya cosas más importantes.
Y más si es una caída desde la hegemonía total, porque allí donde alguna vez hubo fiestas pantagruélicas ahora no hay nada, y en esos campos de donde provenían los beneficios sin fin, ahora hay un terreno yermo para sembrar sacrificio, sudor y buenas ideas refundacionales.
Las lágrimas auténticas de los hinchas y su dignidad para aceptar la caída sin gestos violentos son la mejor simiente para recomenzar el ciclo: evidencian que la grandeza no se ha perdido ■