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Por Lucía Ballarati. “Inspira a una generación”, reza el lema de los Juegos Olímpicos Londres 2012. La ceremonia inaugural fue eso y mucho más. Un desfile soberbio de estrellas, deportistas, músicos, actores y organizadores.
Se hizo antes miles de espectadores en el estadio inglés y millones, lo siguieron en todo el mundo a través de la magia de la televisión y las redes sociales. Fue, sin dudas, uno de los mejores actos inaugurales en la historia de los Juegos Olímpicos. La ceremonia de apertura habría sido seguida por unos 4.000 millones de personas.
Londres fue emotivo, impactante, colorido. Miles de personas al borde de la hipnosis estallaron en aplausos y euforia, sensación que no cesó hasta el final del majestuoso show de Paul McCartney. Sorprendió la organización y coordinación para semejante puesta en escena.
Cuesta abstraerse de sentimientos cuando de eventos como éste se trata. Desde el principio, con la cuenta regresiva, el recorrido de la antorcha olímpica por el Támesis, las granjas, la revolución industrial, la era moderna de la tecnología, los videos recreando Escocia, Irlanda, Gales, James Bond, los anillos olímpicos, los majestuosos cantantes, los flashes de las cámaras, el estadio iluminado, los fuegos artificiales, todo, absolutamente todo fue capaz de dejar al más exigente de los espectadores sorprendido y feliz.
Más de 150 voluntarios pasaron más de 150 horas de ensayo durante varios meses para que ese despliegue fuera posible. Emociona, entusiasma, enorgullece. Es un verdadero contagio de energía. La música, majestuosa.
Todas las culturas estuvieron representadas en un evento que logró reunir talento, dedicación, esfuerzo. El desfile de las delegaciones, en representación de 10.500 atletas, fue la ilusión viva de millones de personas que los apoyan, que creen en ellos, que sueñan.
Los anillos de los Juegos Olímpicos representan justamente eso: la unión de pueblos y comunidades tan diversos, pero que juntos vibran al son del amor por el deporte.
Fue un espectáculo supremo. Inspiración sobró. Y pensar que ése sólo fue el comienzo de todo.