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Por Héctor Cometto (Periodista deportivo, analista en los ciclos informativos de Teleocho Córdoba). Se pretende controlar todo. La preparación, la previa, el ensayo de las decisiones y la precisión, las repercusiones. Pero la superprofesionalización…
… del entrenamiento y el marketing son decisivos hasta el durante y se reenganchan en el después. En el desenlace, el tiempo es del que está en la cancha. Y allí aparecen variables que no se practican ni se compran: el amor propio, la rebeldía ante la adversidad, la tolerancia a la frustración, pensar el juego con el órgano respectivo: hay momentos para el cerebro (mantenerse lejos de los extremos de la desesperación o la indolencia), otros para el corazón (aguante para sobrellevar dificultades),y para los guevos (así con “g”) (para asumir riesgos y buscar ganar). Y es allí donde el deporte permite historias de leyenda, emblemáticas, magníficas, únicas, que sirven para la gloria, en un baño de autenticidad que logra lavar la mugre de los excesos.
Ese «durante» fue el momento de Carlos Berlocq (en la foto como «el Increíble Hulk») ante Francia, en la Copa Davis de tenis, un escenario donde el componente humano es decisivo. Con el sacrificio y la perseverancia del que se sabe limitado. En 2008 estuvo tres meses fuera de las canchas por una lesión en la muñeca; en 2009, ocho meses, y llegó a estar debajo de los 700. En 2010, se superó y quedó 69, y nunca más bajó de los 100. Es un luchador nato, un perdedor en un deporte de egoganadores, hasta con la imagen de un tipo común de Chascomús, hijo de un electricista y una peluquera
Después de haber sobresalido sólo en challengers, logró su principal triunfo en 2012 en Buenos Aires. Y fue ante Gilles Simón, justamente el rival que lo llevó al paraíso.