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Por Claudio Fantini. La renuncia del gobierno griego tiene más lógica que todo lo ocurrido en los últimos meses. El primer ministro Alexis Tsipras había dado un giro copernicano de la manera más abrupta y menos explicada. Ninguna embarcación puede dar semejante giro sin que cruja su estructura y sin que el grueso de su tripulación salga arrojada de la nave por la inercia del movimiento.
Tsipras llegó al poder cuestionando a los gobiernos del socialdemócrata Yorgos Papandreu y de Antonis Samarás de aplicar los ajustes impuestos por la Unión Europea para bajar el déficit, pagar la deuda al Banco Central Europeo (BCE) y continuar en la eurozona.
Su coalición de izquierda, Syriza, se hizo fuerte descalificando los ajustes y poniendo en duda la conveniencia de mantener el euro como moneda en Grecia. Su razón de ser, como partido político, era la resistencia a las imposiciones alentadas por el FMI y el gobierno de Alemania.
Una vez en el poder, Tsipras presentó a “la troika” –que componen el FMI, el BCE y a la Comisión Europea- los planes alternativos al ajuste que elaboraba su ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, uno de los ideólogos económicos de Syriza.
El ajuste dividió al gobierno. La política económica de Tsipras quedó casi exclusivamente en manos de los partidos del establishment que él había contribuido a derribar.
Todos esos planes rebotaron en el muro alemán. Y cuando Bruselas envió a Grecia su propio plan de ajuste, Tsipras y Varoufakis convocaron a un referéndum para que las urnas rechazaran el pretendido ajuste.
Sin embargo, luego que triunfara el “NO” al ajuste pretendido por la UE, lo que hizo el primer ministro a renglón seguido fue exactamente lo contrario a lo que postuló hasta ese momento: echó al ministro de Finanzas y elaboró un plan de ajuste por demás parecido al que acababan de rechazar las urnas griegas.
En la antesala de la renuncia que sacude a Grecia, en el Bundestag (parlamento alemán) muchos legisladores del partido de Angela Merkel rechazaron la ayuda económica a Grecia que, finalmente, Angela Merkel logró que se aprobara.
Pero Tsipras no podía festejar, porque buena parte de su coalición de izquierda pasó lisa y llanamente a la oposición, quedando la suerte de su gobierno y su nueva política económica casi exclusivamente en manos de los partidos del establishment que él había contribuido a derribar.
El hombre que sacó del poder al bipartidismo, quedaba condenado a gobernar sostenido por el PASOK y el centroderechista Nueva Democracia. Una paradoja que no podía sostenerse. La nueva tagedia tendrá ahora un final el 20 de septiembre en las elecciones anticipadas.