Por Claudio Fantini. Quizá nunca se sepa con exactitud la magnitud de los daños causados por el...
Mientras se debate en el Congreso cómo deberían actualizarse las jubilaciones y pensiones, el...
Por Juan Turello. El duro ajuste de Javier Milei incluye a muy pocos ganadores, aunque en las...
El Grupo Autocity concretó en los últimos meses dos hechos que ratifican su liderazgo en la...
Domingo Cavallo está en Córdoba, donde dice que "estudia" y se reúne con amigos, a muchos de los...
En los últimos días Google ha utilizado sus famosos Doodles, con una serie de juegos vinculados a...
Durante un acto realizado en la sede de la Fundación OSDE, en la ciudad de Córdoba, realizamos la...
El domingo pasado, desde la cuenta @Pontifex_es, se publicó el primer tuit del papa Francisco,...
El duro ataque del empresario Jorge Petrone, dueño de Gama (una de las mayores desarrollistas de...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. La exhibió como un trofeo. El tema no es la traición de Mónica López a Sergio Massa, absurda, además, por su salto hacia la vereda del gobernador al que tanto había denunciado, criticado y denostado. Daniel Scioli la exhibió en tiempo récord, como el entonces jefe de Gabinete kirchnerista Alberto Fernández había expuesto al patético Borocotó.
Borocotó en aquel entonces y Mónica López, ahora, son la expresión más cruda de la inmoralidad que carcome a la política argentina y que, paradójicamente, en el partido que hizo de la palabra lealtad un valor innegociable, es una patología crónica. Lo inmoral no está sólo en el transfuguismo, sino también en quién compra al tránsfuga y lo exhibe como un trofeo indecente.
Por cierto, si Scioli lo hizo, es porque calcula que el daño será sólo para el traicionado, o sea Sergio Massa, y en todo caso para la traidora, Mónica López, pero en modo alguno para el artífice de la traición: él.
En algún momento, el país en general y el peronismo en particular deberán analizarse para entender porque algunos pueden fortalecerse con lo que se supone debiera debilitarlos.
En estos días, las encuestas mostrarán si también es gratis faltar a un debate presidencial. Dejar ese atril vacío, cuando había un compromiso asumido de debatir con los otros candidatos, ¿impactará negativamente en la intención de voto a Scioli? ¿O tampoco importa que en la Argentina no se honre el compromiso al que ningún candidato podría faltar, no sólo en las democracias maduras del norte occidental, sino en Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Brasil y el Paraguay?
Al faltar al debate presidencial, a pesar de que se había comprometido a participar, Scioli exhibe impúdicamente dos realidades: su falta de capacidad retórica y, sobre todo, su falta de independencia para exponer lo que realmente piensa hacer si llega a la Presidencia, en cuestiones claves como la deuda con los holdouts, la inflación, la política exterior, el déficit fiscal, las economías regionales, el cepo, etcétera. Y se justifica con un argumento increíble: “Todos los días estoy explicando mis propuestas y debatiendo con la gente”.
Un argumento un poco más sólido es recordar que tampoco Horacio Rodríguez Larreta aceptó debatir con Martín Lousteau. Pero ese ejemplo ofrece dos cuestiones interesantes a tener en cuenta. Por un lado, el candidato del PRO ya había debatido con Lousteau y con Mariano Recalde en la primera vuelta. Segundo, su faltazo al debate en el ballotage fue castigado en las urnas y terminó ganando por una diferencia mínima frente a un contrincante que prácticamente había partido de cero.
Scioli se está borrando del primer debate, no del segundo como Rodríguez Larreta. Falta ver si en su electorado hay gente dispuesta a castigar esa actitud o si recibirá alguna penalidad en las urnas, como la sufrió el candidato del PRO en Buenos Aires.