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Por Héctor Cometto. Los animales de competencia nunca tendrán un reposo acomodado ni un retiro solaz; el estruendoso caudal anímico que los potenció en los momentos extremos, deja una adrenalina crónica que ya no se puede disfrutar en cancha y, entonces, ¿dónde?
Su tiempo siempre será el presente, el ya, lo que está pasando, lo que van resolviendo con su enorme golpe de vista, su capacidad de apropiarse de las definiciones, su gran bagaje de conocimientos del tema que manejan con naturalidad y espontaneidad: concentrar la atención de todo el mundo en una acción propia, y poder soportarlo.
El pasado es algo que le recuerdan para halagarlo y el futuro sólo tiene una certeza: no será protagonista. Y hay muy pocas cosas que le molesten más que el halago fácil y no ser el centro de atención.
David Nalbandian deja el tenis y deja de ser. Y seguramente se reinventará ampliando algunas de las ventanas por las que se escapó del sacrificio de la competencia deportiva, ya sea el rally, bungee o la política.
Atesoramos los momentos magníficos de uno de los mayores deportistas de proyección internacional de Córdoba, junto al «Pato» Cabrera, Fabricio Oberto, Soledad García, Bardach, viendo cómo se extingue el fuego sagrado de una generación sin sucesión.
Una disgresión personal. Aclaro, por si hace falta, que el término animal es admirativo y no peyorativo. Cuando escribo sobre él me pasa lo mismo que cuando me refiero a Víctor Brizuela, al remarcar sus aportes no se puede dejar de lado su carácter díscolo, el ego desbordante, su trato difícil. Suele ser una característica de los animales de competencia, tal vez un reflejo de inseguridad, algo que no se pueden permitir. ■