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Por Eugenio Gimeno Balaguer. El coraje está en el paso a la acción, lo cual implica el abandono del mundo interior de la imaginación, y de la virtualidad, para penetrar en la realidad. Vencer la inercia, la pereza del cuerpo y los miedos del espíritu. La puerta de la realidad es el valor.
La acción permite aprovechar la realidad en beneficio propio y dar sentido a nuestra existencia. No obstante, es difícil mantener relaciones con los demás porque relegamos la voluntad, el esfuerzo y el valor al desván de las virtudes en desuso…. y así nos va! Una vida fragmentada, vertiginosa, nerviosa, que acentúa la “soledad en compañía”. Resulta difícil encontrar y luego conservar un lugar en la sociedad.
Comprendemos que debemos sobrevivir para existir y para ello, equiparnos de valor.
Todos queremos el éxito en la vida, aunque con concepciones diversas.
Un colega, profesor en Barcelona, refiriéndose a la vida, me decía «ya que el partido no tiene segundo tiempo, juguemos el primero lo mejor posible”. Esto nos lleva a un pensamiento que leí una vez en un bestseller americano: “gana quien posee más juguetes en el momento de morir”. Si así fuera, diría que no hemos salido de la infancia.
Junto al mencionado profesor dudamos que la re-lectura del Currículum Vitae de una persona, después de su jubilación, bastara para decir que tuvo éxito o que había vivido plenamente. Por caso, los políticos a veces sueñan que se elevan en ascensores ubicados en el exterior de los edificios -la sociedad- pero cuando llegan al último piso, es muy probable que no hallen una puerta para entrar.
» Lea también: «Inteligencia emocional, la base del éxito social«.
Ni el tener, ni el hacer nos permiten sentirnos realizados. Nos queda el ser, que como concepto es difícil de cuantificar, pero nos ayuda a reflexionar sobre la existencia, la cual depende más de la acción que de los resultados.
Existir, realmente, depende de la actitud que elijamos. El desafío es entonces concebir al éxito en la vida no como un balance final, sino como una evolución cotidiana que permite comprender que existo, no simplemente “duro”, sino que existo tal y como me propuse hacerlo: con dignidad, sin engañarme ni engañar; y para todo eso, hace falta valor.