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Por Claudio Fantini. Que finalmente, aunque muy tarde, el papa Francisco y gobiernos que en su momento recibieron ayuda financiera y petrolera del chavismo –Uruguay, por caso- hayan decidido distanciarse de la deriva totalitaria de Nicolás Maduro, no se debe sólo al papelón que implica la denuncia de Smartmatic sobre fraude perpetrado en las urnas para un falsear la cantidad de votantes a la Asamblea Constituyente de Venezuela.
Tampoco se debe sólo a la escalofriante cifra de muertos que está dejando la represión. La razón que ya resulta inocultable es el carácter dictatorial del régimen.
Quienes aún defienden la legitimidad democrática de Maduro, recurriendo a ideologismos, quedan cada vez más en ridículo. Ya es imposible defender al régimen, o mirar para otro lado para evitar condenarlo, sin que quede desenmascarada la cultura autoritaria que motiva tales actitudes.
A esta altura, es inevitable llamar a las cosas por su nombre. Y lo que intenta Maduro con la Asamblea Constituyente, se llama “totalitarismo”.
Los pasos que llevaron a Venezuela a esta instancia fueron los siguientes:
La diferencia entre dictadura y totalitarismo es de grado, pero aún así es inmensa. El poder totalitario es aquel que impone la dictadura total, o sea no sólo impide la autodeterminación de la sociedad, sino que logra el control total sobre cada ciudadano, diluyendo al individuo en una masa sometida por el Estado.
Ese paso es el que está intentando dar Maduro.