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Por Claudio Fantini. Voces de uno y otro lado intentan presentar la pulseada por el Grupo Vicentin como «la madre de todas las batallas». En la vereda opositora, hay quienes la describen como el intento de la gran revancha de Cristina Kirchner por la derrota de la Resolución 125 en 2008, resistida en las rutas por los productores agropecuarios y finalmente abatida por el voto “no positivo” de Julio Cobos.
Otra vez, en una vereda está el campo y en la otra, el kirchnerismo. Ahora, sin Néstor Kirchner y comandado por la vicepresidenta, pero con ella más ensimismada en sus ambiciones y rencores.
Desde la vereda opuesta, ven a Alberto Fernández como un presidente que se asumió como anzuelo electoral del kirchnerismo, y un peronismo moderado que se muestra acobardado y mudo, además de dispuesto a dejar avanzar el proyecto hegemónico de Cristina Kirchner a cambio de la ayuda económica del Gobierno nacional, encargado de financiar la kirchnerización de su gobierno y de la economía.
Si la expropiación se concreta, el kirchnerismo irá por otras empresas, las que quiebran y las que caerán por la pandemia y por el derrumbe económico.
Alberto Fernández no sería más que la máscara moderada de esta reedición recargada del “vamos por todo”.
Gobernadores que entienden de economía y no se drogan con ideologismos, como Juan Schiaretti y Omar Perotti, están de espalda contra la pared por el dinero que necesitan sus respectivas administraciones en medio de una crisis profunda.
Como no creen en las expropiaciones, sus legisladores votarían proyectos propios, pero darían el quórum que el kirchnerismo necesita para quedarse con el grupo agroexportador.
Las voces más enfáticas y crispadas de la oposición llaman a la resistencia contra un proyecto de chavización.
Las voces opositoras recuerdan que Hugo Chávez comenzó a adueñarse del Estado y de la economía de Venezuela con la expropiación de Agroisleña, empresa proveedora de insumos agrícolas y fertilizantes que convirtió en la estatizada Agropatria y con la que proclamó la “soberanía alimentaria”.
Venezuela siempre había importado con sus petrodólares los alimentos. Chávez y Agropatria no cambiaron esa realidad. La empresa se burocratizó y se debilitó, igual que todas las expropiadas, incluso la petrolera PDVSA.
Pero en las filas de Cristina Kirchner no tomaron nota de esos resultados calamitosos sino de las resonantes frases que usaba Chávez para imponer un poder hegemónico ruinoso. “Revolución agraria venezolana”, “expropiación por el interés nacional” y la que tomó el kirchnerismo y se la hizo decir al Presidente al anunciar la expropiación de Vicentin: “soberanía alimentaria”.
¿Sufren sugestiones adquiridas en microclimas los que describen a Vicentin como un campo de batalla que, para la República, o será Maipú o será Cancha Rayada?
No parece ver una tercer alternativa, porque el duelo que están viendo es al todo o nada.