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Por Claudio Fantini. Argentina ha quedado a oscuras. Ocurrió lo peor en torno a la acusación de Alberto Nisman contra el gobierno de Cristina por encubrimiento de los presuntos autores de la masacre de AMIA: la muerte del fiscal.
El momento en que ocurrió -a pocas horas de presentarse ante el Congreso un cúmulo de pruebas que consideraba irrefutables- y el modo de producirse, explica que la sombra de la sospecha caiga sobre el oficialismo político.
No quiere decir que esté todo dicho. En la Argentina de la guerra política, cuya batalla se libra en el campo judicial, todo es posible. Incluso las más siniestras confabulaciones antigubernamentales.
A eso se suma la indudable motivación de la muerte: lo que estaba denunciando y se aprestaba a probar.
Parece tan indudable que esa es la razón y la causante, que le quita relevancia al hecho de si fue un crimen o si fue un suicidio.
Primero hay que dilucidar si fue un asesinato o un suicidio, pero después hay que dilucidar cuál es, en este caso, la diferencia entre el asesinato y el suicidio.
❝En la Argentina de la guerra política, cuya batalla se libra en el campo judicial, todo es posible❞.
Ocurre que, de haberse suicidado, la razón de Nisman difícilmente pudo ser un desencanto amoroso o alguna pena existencial. Ocurriendo en el momento en que ocurrió, ese posible suicidio sólo pudo ser motivado por el peso de lo que se aprestaba a probar ante el Congreso. De hecho, llevaba días diciendo a quien se le acercaba que se estaba jugando la vida y que le llovían amenazas.
¿Es descabellado pensar que se suicidó porque se lo impusieron bajo amenaza de, por ejemplo, secuestrar y matar a su madre o a sus hijas?
Más allá de que en la motivación de su cruzada pudo estar el interés de sectores poderosos enemistados con el gobierno, está claro que Nisman no era un improvisado y estaba preparado para su tarea, al menos lo suficiente como para no confundir lo irrelevante con lo sustancial en materia de pruebas nada menos que contra el poder político.
Precisamente por su preparación y capacidad, Néstor Kirchner había impulsado la designación de Nisman en el caso AMIA. El país no tenía crisis económica y Kirchner, además de legítimos deseos de esclarecer aquella masacre, habrá querido diferenciarse del menemismo en todos los rubros (y en el caso AMIA el menemismo fue encubridor), además de congraciarse con Estados Unidos en un tema importante, ya que en muchos otros se aprestaba a disentir fuertemente.
De tal modo, aun sospechando que sus motivaciones podían no ser las mejores, parece indudable que si Nisman se atrevió a dar semejante paso es porque tenía certezas sobre la cantidad y calidad de las pruebas que había reunido.
Por eso su muerte dejó el país en una inquietante y densa oscuridad.■
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