Por Héctor Cometto. Bayern Munich y Borussia Dortmund impactaron en el principal escenario futbolero fuera de un Mundial: la final de la Liga de Campeones. Se atacaron de principio a fin, impulsando emociones ya por sí desbordantes desde el mítico Wembley…
… la fiesta previa, hasta la alegría y el drama contrastante en un cierre colosal.
Los grandes logros internacionales necesitan de una exuberancia física y futbolística que marca y encierra una élite.
Es la marca de origen del fútbol alemán, hoy rey de copas. A esa fortaleza germana se le agregó una idea futbolística rediseñada, con una gran inversión en la detección de talentos y en su desarrollo, que sumó técnica y creatividad al portento físico.
Fue la falta de presencia física la que determinó la caída reciente del Barcelona. Multiplicarse en el desmarque y en la marca, despliegue veloz en el movimiento con la pelota y sin ella, forman parte de una dinámica internacional que el conjunto catalán abandonó y lo pagó caro, más allá de la maquinaria resentida que implicaban las lesiones de Puyol, Mascherano, Messi, Busquets, Xavi.
Crecimos adorando aquellos jugadores alemanes de los ’70, como Beckenbauer, Hoeness, Breitner, Muller, Maier. Todos fueron figuras del Bayern Munich y varios de ellos hoy son dirigentes. El desnivel de inversión en favor de España e Italia, más las ventajas impositivas para las grandes estrellas, lo complicaron en algún momento.
Pero resurgió como lo hizo Arjen Robben, que venía de perder con Inter, Chelsea y la final contra España jugando para Holanda, errando goles y penales. Y se convirtió en el héroe de Wembley.
Hoy el alemán es un fútbol perfeccionado, por algo Josep Guardiola lo eligió como su gran desafío. El mismo que manejó grandes cracks, y que remarca que el que no corre, no juega.