Por Héctor Cometto. Talleres está en el umbral de una conquista que no ocupará un lugar importante en sus vitrinas, simplemente porque sería la salida del peor momento de su historia. Es como River, que no ostentará haber sido campeón del Nacional B.
Y parece haber aprendido que el umbral no es la casa del ganador; que la llave para trasponer la puerta no se consigue declarando, ni festejando por anticipado. Le pasó a Roberto Saporiti cuando dijo sentirse campeón y motivó al rival Nueva Chicago, que le ganó a Talleres y también a Belgrano, club que finalmente ascendería.
Y atrás en el tiempo, con Huracán de Corrientes o, la más increíble de la historia, la de 1978, con Independiente. El desmadre exitista también se produce a partir del entusiasmo que genera todo lo que mueve: seguramente superará las más de 40 mil personas que metió en el Kempes con Gimnasia y Tiro, cuando el domingo próximo juegue con San Jorge un partido decisivo.
El club de Barrio Jardín parece haber aprendido de la experiencia en todo sentido. En lo futbolístico, el técnico Arnaldo Sialle ha sido un feroz custodio de los dislates, marcando el camino que no se gana en las vísperas, seguramente acompañado por la experiencia de Javier Villarreal.
Los directivos han aportado lo suyo para el ordenamiento actual, pero saben que en el fútbol la política tiene arcos y salir de esta categoría es esencial en la refundación del club, que el 12 de octubre cumplirá 100 años. Años de muchos logros, de fútbol estético, de grandes ídolos, aunque el máximo aprendizaje de vida llegó en los años de quiebra y descenso.
Una de las consecuencias de esa sabiduría de las malas es no festejar antes, para no quedarse en el umbral.