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… a los que la AFA trataría de salvar.
Subyace la diferenciación grande-chico del fútbol, y más precisamente la de Buenos Aires-interior, que actúa como catalizador de los análisis, con la tendencia demagógica, especialmente en el periodismo, de colocarse rápidamente del lado del más débil.
El peso de los escritorios en el fútbol siempre tendrá su influencia, aunque los arreglos en el deporte siempre dependerán del movimiento de una pelota, del control de los miles de testigos, y no de un conciliábulo de poderosos con firma y rápido despacho.
Al ser el arreglo algo tan frecuente en la vida argentina, lo vemos en todas partes, lo justificamos y nos justifica, siempre de acuerdo a beneficio propio. Puede haber desconsideraciones, tendencias, menosprecio, pero el chico salió campeón y el del interior conmocionó (Belgrano y su monumentalazo).
Habrá formas sofisticadas de hacer pesar ese poder de los escritorios (se dice que cuando se contradice a Julio Grondona se viene una serie de arbitrajes adversos para el levantisco), y puede ser. Adhiero -en otra oportunidad podríamos ampliarla- a la teoría que indica que a Argentina se la perjudicó en 1990 y 1994, para voltear al «Maradona guevariano» y beneficiar a Neuberger (poderoso dirigente alemán) y Havelange (no se iría de la FIFA sin un mundial para su Brasil).
El fútbol siempre será centralista, dependiente del puerto, regido por los humores del otoño –ya invierno siberiano- del patriarca y propenso a que el beneficio no sea neutral y generalizado. Será por eso que el gran desafío para los más pequeños y lejanos es hacer definitivamente las cosas muy bien, excelentes. Así serán mejores que los grandes, que pueden caer… como ya han caído.