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Por Claudio Fantini. En Europa, el antisistema comienza a convertirse en sistema. Las elecciones municipales y autonómicas en España derrumbaron al Partido Popular (PP), transfiriendo una gran cuota de poder a la izquierda que surgió del movimiento de los “indignados”.
Podemos, la fuerza antisistema que lidera el joven Pablo Iglesias, se quedó nada menos que con el gobierno de Barcelona, capital catalana y segunda ciudad más importante de España.
El sismo político llegó incluso a Madrid. Y el gobierno conservador de Mariano Rajoy empieza a comprender que la indignación desatada por la crisis económica contra la clase dirigente tradicional, puede no ser un fenómeno pasajero, sino un cambio de época y de clase dirigente.
Ya no parece improbable que, en los próximos años, Podemos llegue al gobierno de España. Al fin de cuentas, en Grecia el partido de la izquierda radical, Siryza, terminó barriendo al sistema bipartidista que gobernó desde la caída de la “dictadura de los coroneles”.
El partido centroderechista Nueva Democracia y el centroizquierdista Partido Socialista Panhelénico tuvieron que dejar el gobierno en manos de Alexis Tsipras, quien pronto mostró que no va a gobernar aceptando el dictado económico de la Unión Europea. En estos días, el ministro de Finanzas anunció que Grecia no va a pagar los próximos vencimientos de su deuda.
En Francia, el antisistema avanza desde la derecha, de la mano de Marine Le Pen, quien ya se sacó de encima el lastre que implica su desmesurado padre y fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, para que su agrupación no se auto-obstaculice en su marcha hacia la presidencia.
En Grecia y en España el antisistema avanza desde la izquierda. Una izquierda que apuesta más a la ruptura que a la tradicional socialdemocracia europea.
El paso que el movimiento Podemos acaba de dar en las urnas españolas parece predecir que la marcha no se detendrá hasta que Pablo Iglesias ocupe el despacho principal de La Moncloa.
Lo que falta ver es si el recambio dirigencial en España, Grecia y probablemente en Francia, romperá la eurozona, o si, por el contrario, Europa empieza a buscar nuevas formas de mantenerse unida, aceptando que ni sus fórmulas económicas ni las dirigencias actuales están en condiciones de garantizar la unidad.