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Por Claudio Fantini. Evo Morales llegó a la presidencia como sólo lo habían logrado Siles Zuazo y Paz Estenssoro: con mayoría absoluta de votos. Y, ahora, logra lo que nadie logró en todo el continente: un tercer mandato con el 55% del electorado. ¿Cuál es la clave de este fenómeno?
La inteligencia que confinó el ideologismo en su discurso, dejando el pragmatismo en la conducción económica. Por cierto, un pragmatismo puesto al servicio de los valores que representa su vida de lucha social.
El gran acierto del presidente de Bolivia fue designar y sostener a Luis Arce en el Ministerio de Economía. Con una sólida formación que incluye un máster en la universidad inglesa de Warwick, Arce no cayó en el desvío en que cayeron el kirchnerismo y el chavismo: convertir la heterodoxia en una nueva ortodoxia y deformar el keynesianismo alejándolo del pensamiento del propio John Maynard Keynes.
Arce supo articular los objetivos sociales de Evo con las exigencias de la economía. Los precios internacionales de los hidrocarburos aportaron gran parte del éxito económico, pero las nacionalizaciones permitieron al Estado capitalizar mejor ese viento de cola.
De haber seguido vigentes los contratos anteriores, la producción y exportación habría seguido dejando escuálidas regalías. No obstante, a diferencia del Gobierno argentino, Evo Morales y su ministro de Economía supieron sostener el equilibrio fiscal en base a los superávits gemelos.
La otra parte del fenómeno Evo se explica en la incapacidad pasmosa de la vieja clase dirigente. La prueba está en los principales candidatos que presentó la oposición: Jorge “Tuto” Quiroga, ex vicepresidente y sucesor del general Hugo Banzer, antiguo dictador que cuando gobernó en democracia procuró erradicar la coca por imposición de Washington, generando la rebelión de la que surgió el liderazgo de Evo Morales.
Y Samuel Doria Medina, el multimillonario que participó en el conglomerado de empresas que se hizo cargo del servicio de agua potable en Cochabamba y, en el 2000, aumentó las tarifas en forma tan desproporcionada que detonó la llamada “guerra del agua”.