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Por Claudio Fantini. La carta apostólica “Misericordia et Misera” implica una embestida del papa Francisco contra los duros sectores ortodoxos de la curia romana. En ella, extiende indefinidamente la capacidad de los sacerdotes para absolver el “pecado del aborto”. Se trata de un permiso ya otorgado, pero sólo temporalmente, en el Año del Jubileo, que concluyó el domingo.
La medida implica un cambio significativo en la posición de la Iglesia. No obstante, en principio, es un cambio que se da hacia el interior de la Iglesia.
La pregunta es si este paso hacia la amplitud que acaba de dar el papa Francisco, será extensivo a la acción política de la Iglesia en la sociedad.
¿Dejará la Iglesia de usar su influencia y poder para imponer su visión a los poderes de la sociedad secular?
En 2015, el ahora ex cardenal Bergoglio dio el primer paso en el terreno del aborto, pero las iglesias de todos los países siguieron presionando con todas sus energías para que legisladores, gobiernos y jueces impidan la despenalización del aborto o impongan la penalización en los casos en que haya sido despenalizado.
Para la sociedad secular, el tema central no es lo que la Iglesia considere pecado, sino que no interfiera en la política para imponer que lo que considera pecado, sea también considerado delito.
La Iglesia tiene derecho a predicar a sus fieles su visión sobre las cosas, pero no tiene derecho a imponerla como dictat en sociedades democráticas y plurales, donde el catolicismo convive con otras religiones y con agnósticos, ateos y creyentes que no aceptan los credos religiosos.
Hasta aquí, el papa Francisco ha encarado con valentía innovaciones que van en camino de mayor amplitud y tolerancia dentro de la Iglesia. Pero no ha extendido este impulso innovador a la política externa.
En ese terreno, sigue rigiendo la nostalgia medieval (ese tiempo en que la Iglesia tenía también el poder terrenal) produciéndose una superposición con el gobierno de la sociedad secular.
¿Será Francisco quien entierre el instinto teocrático?
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