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Por Claudio Fantini. En el estallido de indignación en Brasil, además de las razones internas, parece haber una razón global. Entre las internas, se destacan la salida de casi 40 millones de personas de la pobreza a la clase media , a diferencia de la Argentina…
… donde la pobreza recibe subsidios para acceder al consumo, pero no emerge hasta situarse en la clase media porque no capitaliza esos subsidios. En definitiva, los subsidios son clientelares.
Esa ampliación de la clase media brasileña le cuestiona a la clase dirigente que el país se convirtió en potencia, pero dejó en el Tercer Mundo la calidad de los servicios públicos, principalmente los del transporte, la salud y la educación. Dejó también en el mundo subdesarrollado a los niveles de la corrupción.
Pero, además de los componentes internos, las masivas protestas de Brasil parecen tener un componente de época: la juventud de clase media se rebela contra lo que aceptan los mayores, igual que en la década del ’60 del siglo 20.
En aquellos años de revolución psicodélica, la juventud se levantaba en todos los rincones de la cultura occidental: había rebeliones en Latinoamérica y en América del Norte, así como en las dos Europa, separadas por la cortina de hierro.
Fueron jóvenes los que enfrentaron a los tanques soviéticos en Praga, para rescatar del totalitarismo a Checoslovaquia, al mismo tiempo que los estudiantes franceses ocupaban los claustros de La Sorbona y levantaban barricadas en el Barrio Latino, haciendo detonar el Mayo francés.
En el mismo puñado meses de aquel efervescente 1968, la juventud mexicana confluía en la Plaza de las Tres Culturas para protestar contra el régimen del PRI, que respondió con la “masacre de Tlatelolco”. Y al norte del Río Bravo, los jóvenes norteamericanos engrosaban el movimiento hippie y protestaban contra la guerra de Vietnam y la sociedad de consumo.
La de los años ’60 fue una genuina revolución cultural, en la que el arte y la estética fueron el terreno de las transformaciones que inspiraron la acción contestataria de la juventud. Con la influencia de los alucinógenos y un fuerte espíritu de liberación en todos los órdenes (incluido el sexual y el generacional), la música fue uno de los canales de conexión y de identificación juvenil, que denunció el conformismo de las generaciones anteriores.
Los Beatles y los Stones fueron parte de aquella revolución cultural que se manifestó en la faz estética: el pelo largo y las ropas coloridas y desprejuiciadas.
Hoy también avanza una rebelión de aspecto generacional. Son jóvenes los que:
■ Sorprendieron al mundo protestando en Brasil.
■ Quienes tumbaron al despótico Siné Ben Alí en Túnez, iniciando la “primavera árabe”
■ Inundaron la Plaza Tahrir y resistió a la represión hasta que cayó Hosni Mubarak en Egipto.
■ Ocuparon la Plaza Taksim de Estambul, rebelándose contra lo que percibe como un giro hacia el autoritarismo religioso del gobierno turco. En el Magreb cayeron autócratas ineptos y corruptos.
Pero en Turquía y Brasil, los jóvenes plantean exigencias a gobiernos exitosos. Lo que la «primavera árabe», Turquía y Brasil tienen en común es que el inconformismo contestatario corre por cuenta de una generación. Pero también tienen en común lo que podría ser la clave de este tiempo de brecha generacional: las redes sociales.
Si la década del ’60 implicó, fundamentalmente, una revolución cultural en la que el rock, el beat y el arte pop fue el ducto de conexión e identificación generacional, en estos años de rebeliones sorpresivas e inesperadas, el ducto está en las redes sociales. ●