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Por Ramón Frediani, economista. En los últimos 50 años, todos los gobiernos nacionales, sean civiles o militares, dictaduras o democracias, radicales o peronistas, de izquierda o de derecha, liberales o progresistas, insistieron en que necesariamente “debía” existir un dólar barato (moneda nacional revaluada).
Con ese objetivo, lograron matar durante cinco décadas a la gallina de los huevos de oro: las exportaciones, y con ello la posibilidad de ser un país más desarrollado que el actual.
Ya con claridad lo había afirmado en 1932 el economista inglés tantas veces citado y pocas veces leído: “Una moneda fuerte no implica una economía fuerte”.
El ejemplo más elocuente es China, hoy una potencia económica -segunda en tamaño después de la de Estados Unidos- gracias a que desde hace 30 años apostó sin tregua a una agresiva política de exportaciones mediante el mantenimiento de su moneda –el Yuan- siempre deliberadamente devaluada. Así, lograron acumular reservas en su Banco Central, hoy con 4 billones de dólares.
El gobierno radical de Arturo Illia congeló su cotización en $ 250 desde 1963 a 1966.
Luego, el régimen militar de Juan Carlos Onganía lo congeló en $ 350 desde 1967 a 1970.
Después, desde 1970 a mayo de 1975 estuvo clavado en $ 9,98, por decisión tanto de los gobiernos militares de Levigston-Lanusse como el del peronista de Héctor Cámpora.
Con el advenimiento del régimen militar de Jorge Rafael Videla estuvo encorsetado desde 1978 a marzo de 1981 en una “tablita cambiaria” de Martínez de Hoz, cuya cotización crecía muy por detrás de la inflación.
Luego, en el gobierno radical de Raúl Alfonsín, el Plan Austral lo encadenó a 80 centavos de austral desde mediados de 1985 a fines de 1986.
En la gestión de Carlos Menem, estuvo clavado en un peso durante 10 años y medio.
Y en esta última década, supuestamente progresista, el dólar está deliberadamente atrasado desde mediados de 2007 (¡hace ya 7 años!).
En todos estos casos sin excepción, y como no podía ser de otra manera, al final de cada período de políticas de “dólar barato”, explotó su cotización.
En la mayoría de los casos de congelamiento, sólo sirvió para comprar tiempo al gobierno de turno, sin resolver definitivamente problemas económicos fundamentales y de larga data en nuestro país como han sido y siguen siendo la inflación y las recurrentes crisis de la deuda externa.
Mucho menos sirvió el congelamiento para potenciar nuestras anémicas exportaciones, hoy menores que las de Chile, que tiene sólo 17 millones de habitantes frente a los 42 millones de la Argentina.