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Si es por lo que uno lee, escucha u observa a simple vista, el país está cada vez peor. Córdoba ya no marca una diferencia.
Hasta los porteños se asustan de lo mal que manejamos y de la agresividad que campea en esta bella ciudad, otrora típicamente “provinciana”. Por tal se entendía a una pequeña urbe, medianamente ilustrada, de hablar y andar cansino, con un proverbial sentido del humor.
Ya no existe sobremesa en la que nosotros mismos no nos preguntemos por qué estamos tan “mal”. Invariablemente, aparecen dos culpables: el Gobierno (cualquiera sea) y la televisión.
Con el primero, no nos vamos a meter. A la segunda no hay forma de absolverla de cierta responsabilidad, en la propagación de la “mala onda”. La grilla se alimenta de noticiarios con pocas buenas noticias; de programas que funcionan a base de escándalos, que luego son retransmitidos por los chimenteros. Incluso, las telenovelas tienen un grado de sexismo y provocación que te pone nervioso.
Sin embargo, la gente no es tonta. ¡No señor! Cuando tiene que pagar una entrada, se fija bien en quién la invierte. Basta con darse una vuelta por la famosa calle Corrientes, en Buenos Aires, donde está el grueso de la escena teatral, para darse cuenta que la pantalla es puro cuento.
Hoy, Moria Casán o Carmen Barbieri no llenan una sala ni a palos. Si Jorge Rial intentara cobrar para mostrarse con la ex “Niña” Loly mientras Marcelo Polino les saca el cuero, le alcanzaría con un puestito en la feria. En cambio, hay cuadras de cola para ver Stravaganza, no porque Flavio Mendoza esté con Tinelli, sino porque es un auténtico profesional. El musical Mamma mía (“chiquitita dime por qué …”) agota localidades sin un solo “famoso” en el plantel. El teatro tradicional, con excelentes actores y obras “con mensaje” o “para pensar”, está repleto de un público atraído por el boca a boca. Es el caso de Toc toc, La última sesión de Freud o Conversaciones con mamá.
Aunque parece dominar nuestras existencias, en realidad a la tele la vemos porque es gratis. Y no le creemos nada.