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Por Claudio Fantini. Hasta aquí, el mayor logro de Nicolás Maduro no estuvo en la economía ni en la política interna, sino en la política exterior. La economía venezolana sigue naufragando, que el presidente intentó corregir con la militarización del gobierno.
Pero la Cancillería y el ministro de Relaciones Exteriores, Elías Jaua, le dieron a Maduro el único logro de su atribulada gestión: el alineamiento de Unasur en la defensa del régimen chavista.
Seguramente haciendo valer de manera enérgica los favores económicos que Hugo Chávez dispensaba a sus colegas de Sudamérica y América Central, y también la importancia estratégica de las inagotables reservas de petróleo venezolano, Jaua y Maduro consiguieron que gobiernos que se identifican con la palabra “progresista”, dieran la espalda a protestas estudiantiles y a marchas multitudinarias.
Muchos de los gobiernos «progresistas» se identifican con los derechos humanos, pero en el caso venezolano guardan silencio ante una represión que suma muertos, heridos y presos políticos, además de denuncias de tortura y de censura.
También consiguieron Nicolás Maduro y Elías Jaua que la OEA silencie el testimonio que llevó ante el organismo la legisladora opositora María Corina Machado.
No es poco haber puesto a tantos países y organismos regionales en posición tan vergonzosa. Pero son logros de la política exterior sin acompañamiento de éxitos en la faz interna.
En la cárcel, parece estar creciendo (en lugar de declinar) la imagen pública del líder opositor Leopoldo López. Y las políticas de exclusiones y persecuciones parecen incrementarse. Una prueba es el intento de expulsar de la Asamblea Nacional a Machado, casi con seguridad con la intención de encarcelarla.
Con la economía empantanada en estanflación, es probable que las protestas vuelvan a alcanzar los picos de intensidad de las semanas anteriores. Lo único claro es que a Nicolás Maduro le resultó más fácil imponer su autoridad en la región que adentro de su propio país.