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Por Eugenio Gimeno Balaguer. A veces la rutina desvirtúa los significados de las palabras. La confusión del significado puede provocar que nuestros mensajes se entiendan de manera contraria a lo que pretendemos.
Siete años antes de morir, Charles Louis de Secondat, más conocido como el Barón de Montesquieu, escribió “El espíritu de las leyes”. En esa obra, hay una frase que describe esta situación. “Recibimos tres educaciones distintas, si no contrarias: la de nuestros padres, la de nuestros maestros y la del mundo”, escribió el autor francés.
Por lo general, la rutina o las conversaciones habituales tiran por la borda las ideas que se están incubando en la educación de los jóvenes. Tanto los padres, como los docentes no son inmunes a las mismas influencias.
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Poco a poco, dentro de las «malas costumbres» vamos incorporando cosas que se vuelven “normales”. En el ámbito educativo podrían ser la naturalización de la idea del fracaso escolar o la repitencia, el bullying en las aulas, el consumo de alcohol y de las drogas, el uso excesivo de tablets y celulares, conceptos familiares ambiguos, politización, desconocimiento de la materia, faltas de ortografía, despotismo, huelgas forzadas, entre otras.
Seis Testimonios
“El docente no puede impartir sus clases porque tiene niños completamente maleducados, sinvergüenzas y sin el más mínimo sentido del respeto hacia el profesor, sus compañeros y el material. Las clases parecen verdaderas pocilgas. Es realmente increíble; inconcebible ¿Cómo va a impartir su clase el profesor si tiene que estar mandando a que se callen, a que se sienten o no escupan?” manifestó una directora de colegio.
“Mientras los problemas de pobreza, desempleo juvenil y abandono escolar no se aborden a través de políticas de inversión que mejoren los sistemas educativos, seguirá existiendo la amenaza de que la pobreza educativa termine convirtiéndose en pobreza de por vida”, comentó un diputado nacional.
“Seremos lo que la educación inculca. Legisladores, académicos y empleadores deberían aceptar que la educación debe llegar a más gente y estar mejor conectada con el mercado laboral”, señaló un padre de familia.
“Cuando intentas hacer algo, primero se opondrán los que hacen lo contrario (…) eso no es del todo malo. Y segundo, se opondrán los que no hacen nada (…) Las buenas costumbres se aprenden en casa dicen; estos son los peligrosos”, dijo una docente.
“Las buenas costumbres son responsabilidad de la familia. Un niño pasa al menos 10 horas al día en contacto con sus padres, y un profesor sólo lo tiene como máximo 10 horas a la semana, en compañía de otros 25 compañeros o más”, expresó una inspectora.
“También podríamos hablar de la sociedad, ya que quien educa realmente a los niños es la televisión… y podríamos seguir hablando mucho del tema. Todo se solucionaría si los políticos no soñaran con un rebaño de borregos a los que engañar cada vez que quisiesen”, apuntó un Decano de Facultad.
Que el progreso social en el siglo XXI será fruto de cómo enseñemos a nuestros jóvenes, es algo que nadie puede dudar.
Somos lo que somos, por la educación.
Si entendemos la educación como el corazón del progreso, debemos apuntar más alto. Las buenas costumbres implican incorporar valores, habilidades y competencias que demanda la sociedad y el mercado de trabajo para que nuestros jóvenes puedan aplicar, con éxito, su formación y conocimientos.
Si bien algunos de esos factores dependen de la familia, otros de la escuela y los demás, de la sociedad, todos deberíamos trabajar para fortalecerlos.