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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo y docente de la UES 21). La noticia debía ser que el PRI volvía a gobernar México y que un hombre joven y con prosapia dentro del viejo partido que fundaron Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles, es el nuevo habitante del Palacio de Los Pinos.
Sin embargo, el recambio presidencial implicó una noticia más significativa aún: Enrique Peña Nieto debutó como jefe de Estado firmando un pacto entre las tres grandes fuerzas políticas que evoca el espíritu de los Pactos de la Moncloa.
La vuelta al poder del Partido Revolucionario Institucional tiene, en sí misma, significación histórica. Tras 72 años ininterrumpidos de gobierno, en lo que Mario Vargas Llosa definió lúcidamente como “dictadura perfecta”, la fuerza política que sacó a México de las décadas de violencia que siguieron a la caída del “porfiriato”, había sido derrotada por el centro derechista PAN, tras sufrir la escisión provocada por Cuauhtémoc Cárdenas al crear el centroizquierdista PRD.
Hubo dos presidentes panistas -Vicente Fox y Felipe Calderón-, pero Peña Nieto le devolvió el poder a su eterno dueño. Sin embargo, no es exactamente así, ya que el PRI que acaba de hacerse cargo del gobierno hoy está libre de “prinosaurios”, o sea de los miembros del aparato que manejaron siempre los hilos desde las sombras.
La primera demostración es la firma del Pacto por México. El Palacio de Chapultepec fue la versión mexicana de la sede del gobierno español. Allí, las dirigencias del PRI, el PAN y el PRD firmaron un acuerdo sobre políticas de Estado con tres metas cruciales: fortalecer la democracia, corregir las desigualdades sociales y desarrollar la economía.
Por cierto, hay asimetría de trascendencias en relación al acuerdo alcanzado por la clase política española tras la muerte del dictador Francisco Franco. Los Pactos de la Moncloa rescataron a España del odio que la dividía desde la Guerra Civil que la había desangrado en la década de 1930. En México, hay páginas de sangre (la masacre de Tlatelolco; la guerra de los cristeros y los magnicidios posteriores a la revolución agrarista), pero la sociedad había superado largamente sus antiguas divisiones. La democracia mexicana se enriqueció con la salida del PRI del poder, y su retorno vuelve a enriquecerla, al impulsar este compromiso sobre los puntos clave de la política, la economía y la cuestión social.
Un ejemplo para Latinoamérica y, en particular, para la Argentina, donde desde hace años la relación entre el oficialismo y la oposición está marcada por el desprecio y la exclusión.