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Por Rosa Bertino. Al menos por orden de aparición, Mirtha Legrand es la primera dama de la televisión argentina. Las razones de su permanencia están a la vista. En febrero cumplió 86 años, y ya querría Charly García haber llegado así a los 60.
Y sólo se somete a cirugías y los tratamientos convencionales. No tiene un aspecto ni una actitud bochornosa, como la duquesa de Alba, deformada por el botox y encaprichada con desposar homosexuales conspicuos.
Quizá la diferencia resida en que Cayetana tiene una fortuna llovida del cielo. Mirtha, en cambio, trabaja desde la infancia. Con su marido, Daniel Tinayre, cimentaron una buena posición. Ya podría haberse retirado con todos los laureles, pero la familia la persuade de no hacerlo.
La hija, Marcela Tinayre, y los nietos, Ignacio y Juana Viale, están acostumbrados a una vida holgada y a las facilidades de las celebrities. ¿Qué será de ellos, cuando abuela deje de tener pantalla?
Este año consiguió volver a América con sus almuerzos, pero siempre contratada por la productora Endemol.
El cruce con Pamela David, invitada al segundo almuerzo dominical, hizo públicas las viejas comidillas acerca del clan Legrand. Aunque pactada de antemano, la discusión se puso tensa cuando la veterana conductora preguntó por su situación laboral. Ella, y/o su entorno, querían saber porqué el canal no la contrata directamente.
Pamela, actual mujer del dueño, Daniel Villa, lo defendió. “Al canal no le dan los números, porque vos sos muy cara …”, apuntó la morocha. Mirtha se hizo la distraída, dijo que no sabe cuánto gana, que odia los números, etcétera.
Ella no sabe, pero los programas y revistas de chimentos, sí. “Sacando cuentas, Mirtha estaría cobrando 18 mil pesos la hora”, aseguró Marina Calabró. Debajo del escote y la minifalda, la hija del “Contra” esconde una maestría en economía. Según la panelista, el manager Carlos Rotenberg “habría admitido” que Legrand cobra unos “800 mil pesos por mes”. De ahí le paga a su equipo y, probablemente, a Rotenberg.
Como sea, es mucha plata. Por un lado, cabe preguntarse si se justifica semejante erogación. Al igual que Susana, Mirtha ya no es lo que era y se la ve un tanto distraída o aburrida, algo impensable en una mujer cuyas luces siempre han estado encendidas. Por el otro, sólo así se entiende que su programa venga cada vez más cargado de chivos, algunos francamente irritantes.
Ya no es Mirtha la que interrumpe al invitado: los avisos se encargan de hacerlo. Al momento de recaudar, los divos perdonan menos que el jefe de la AFIP, Ricrado Echegaray. ●