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Por Gastón Utrera (Economista, titular de la consultora Economic Trends SA). Una de las noticias económicas de la semana es la idea -reflotada por enésima vez- de un pacto social de precios y salarios, como instrumento para moderar las presiones inflacionarias.
Resultará difícil convencer a los sindicatos de que acepten subas salariales inferiores a las de este año en un contexto de fuerte emisión monetaria y aumento del gasto público, más todavía con una CGT dividida. En las negociaciones participa la CGT oficial, que conduce el metalúrgicoAntonio Caló (en la foto junto a Cristina Kirchner), el que negó que hubiera acordado limitar las futuras paritarias a un aumento del 20%.
Pero cabría preguntarse, incluso, si tiene sentido un pacto social. La respuesta está en los tres tipos de políticas antiinflacionarias que suelo plantear: programas ortodoxos, que se enfocan sólo en las políticas monetaria, fiscal y cambiaria, pero suelen fracasar porque descuidan la inercia inflacionaria; programas populistas, que sólo se enfocan en las políticas de ingresos (pactos sociales o congelamientos de precios y salarios), pero terminan fracasando porque generan efectos “olla a presión” por no prestar debida atención a las políticas monetaria, fiscal y cambiaria; programas heterodoxos, que se ocupan tanto de las políticas monetaria, fiscal y cambiaria como de las políticas de ingresos, y tienen chances de reducir la inflación rápidamente, sin frenar la economía, en la medida en que sus componentes estén adecuadamente calibrados.
El nuevo intento de pacto social tendría sentido en el marco de un programa heterodoxo que apunte a reducir la inercia de la suba de precios mientras se moderan las políticas que generan inflación. Pero tiene menos sentido en el contexto actual, en el cual las políticas fiscal y monetaria operan a altas revoluciones, sin indicios de moderación durante 2013.
En síntesis, pocas chances de éxito para el nuevo intento de pacto social.
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