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Por Claudio Fantini. Ni futuro sin pasado, ni pasado sin futuro. Ésta pudo ser la consigna que dejara la Cumbre de las Américas, realizada en Panamá, tras los discursos y mensajes que dejaron los principales protagonistas del 7° encuentro, incluido el de Barack Obama.
En el discurso que dio el presidente de Estados Unidos, la necesidad de avanzar hacia una nueva era parecía, por momentos, empañada en ocultar una realidad evidente: no habrá un nuevo tiempo si no se corrigen los errores del tiempo que se intenta superar. Y para corregir esos errores, hay que hablar de ellos, asumirlos, concientizarlos.
Pero el mensaje que se situó en las antípodas, enarboló el pasado para enrostrparserlo al presidente norteamericano. Quienes lo pronunciaban no parecían empeñados en corregir el pasado para iniciar una nueva era de entendimiento interamericano, sino erigirlo como una barrera que impida eternamente la relación entre las Américas.
Si bien la historia que describieron es verdadera y las críticas que hicieron al rol de Washington es acertada, los presidentes de la vereda bolivariana pecaron de sobreactuación, porque hablaron como si tuvieran enfrente a James Knoux Polk, el presidente norteamericano que anexó Texas en 1945, cuando en realidad estaban frente a Obama, el mandatario que dio el giro histórico hacia Cuba y que llevó a Raúl Castro a esa cumbre en Panamá.
Los altisonantes discursos de los presidentes bolivarianos parecían más apuntados a la tribuna propia y a los futuros manuales de Historia, que al presente que podría construirse si verdaderamente se funda una nueva era de entendimiento interamericano.
Desde esa perspectiva, los discursos más valiosos fueron los del presidente cubano, Raúl Castro, y de su principal anfitrión, el hombre que verdaderamente empezó a cambiar la historia: Barack Hussein Obama.