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Por Claudio Fantini. El Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) está desnudando la peor hipocresía. Una milicia lunática lleva meses perpetrando un genocidio contra chiítas, kurdos, yazidis y los árabes cristianos, mientras las potencias regionales simulan que la enfrentan, pero la dejan actuar.
Hasta aquí, sólo los chiítas y los kurdos han enfrentado verdaderamente a los sunitas exterminadores del autoproclamado “califato”, que entre Irak y Siria domina un territorio equivalente al de Bélgica y se abastece económicamente comerciando con el gas y el petróleo de los yacimientos que controla.
De los países vecinos, sólo Irán actúa contra los bestiales milicianos de los uniformes negros. Turquía mueve sus tanques en la frontera, pero no movió un dedo para salvar del exterminio a la población kurda de la ciudad siria de Kobane, situada junto a su frontera.
Por esa frontera era imposible que pasen armas y milicianos kurdos a colaborar con la resistencia de Kobane, pero es porosa y vulnerable para los camiones cisterna de los traficantes que le compran hidrocarburos al ISIS.
De modo inmoral, Turquía condicionó su ayuda a Kobane a que la coalición que armó Obama decidiera llegar hasta Damasco a derrocar a Bashar al Asad. Y negó el paso a los kurdos iraquíes que querían llegar a la ciudad sitiada para salvarla del exterminio que la amenazaba. Kobane tuvo que salvarse sola, mediante una heroica resistencia que puede compararse con la de Stalingrado contra el ejército del Tercer Reich.
Sin embargo, Arabia Saudita logró formar una poderosa coalición en la que participan todos los regímenes sunitas, y se metió de lleno en el conflicto yemení, para aplastar a los hutis, una milicia chiíta que derrocó al gobierno suní que mantenía a Yemen en la vereda anti-Irán.
Los hutis no decapitan en cámara, ni masacran en masa, ni arrojan desde edificios a los homosexuales. Sólo son parte de un caos armado en el que tienen por enemigos al gobierno derrocado y al brazo yemení de Al Qaeda.
Una muestra de la hipócrita frialdad de los sauditas y sus socios en Medio Oriente, es precisamente, su defensa de un régimen que se apoya en Al Qaeda y que nunca haya atacado a Al Qaeda en Yemén como están atacando a los chiítas de las tribus hutis.
Estados Unidos y Francia son los que más hicieron contra el Estado Islámico, que además se resisten aceptar este nombre de los rebeldes y prefieren llamarlos ISIS. Son, asimismo, los que más ayudaron a los kurdos de Kobane y a los yazidis que las milicias del califato quisieron aniquilar en el Monte Sinjar.
De todos modos, está claro que, si la decisión de las grandes potencias fuese el aplastamiento inmediato de los terroristas, estarían dedicando más esfuerzos bélicos y obligando a las monarquías sunitas de la Península Arábiga a que, en lugar de usar todas sus fuerzas contra los chiítas yemeníes, las usen de una vez por todas contra el califato genocida establecido en Irak y Siria.
¿Por qué las potencias tardan tanto en tomar esa decisión? Porque ceden a la presión saudí para darle prioridad a la caída del régimen alauita sirio, para que se desintegre el eje Damasco-Teherán y se debilite la influencia iraní en Oriente Medio.
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