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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo, docente de la UES 21, en Twitter: @claudioofantini). El verdugo los decapitará a golpe de cimitarra. El juicio tardó tres horas en llegar a la conclusión de que, hace un par de años, cuando aún eran menores de edad, los siete asaltaron varias joyerías. Tras el veredicto…
… de culpabilidad, llegó la sentencia de muerte con un añadido para el cabecilla de la banda: será crucificado.
No se trata de la antigua crónica de un hecho acontecido en el medioevo. Está ocurriendo ahora. Y no en Sudán, el país africano donde el régimen fundamentalista del dictador Omar al Bashir, además de cortar las manos de los ladrones, ejecuta con crucifixión a muchos condenados por delitos graves. Tampoco en las zonas afganas bajo control talibán, la milicia de la etnia pashtún que prohibió la música, arrasó museos, demolió los budas del Bamiyán y entierra a las adúlteras para apedrearles la cabeza hasta que mueran.
Irán es otro de los países cuestionados por sus medievales castigos a “pecados” que la sharía (ley coránica) considera delitos. La teocracia de los ayatolás ejecuta a los homosexuales en la horca. También hay pena de muerte para la apostasía (entendida como abandono del Islam por otra religión o por el ateísmo) y algunas mujeres, como Ashtianí Shakhiné, acusada de engañar a su marido y ayudar en su asesinato, reciben 99 latigazos antes de morir por lapidación.
Sin embargo, los siete jóvenes condenados a muerte en un juicio exprés que no tuvo en cuenta a los abogados defensores probando que confesaron bajo tortura, no ocurrió en la República Islámica de Irán, sino en Arabia Saudita. Es en ese poderoso reino, aliado de potencias occidentales, donde ejecutarán seis decapitaciones y una crucifixión.
No es la primera vez. En muchas ocasiones, el gobierno interviene evitando la brutal aplicación de la sentencia. Pero, aunque no en forma frecuente, las decapitaciones y las crucifixiones ocurren en el Estado saudí.
Quizá la trascendencia de la demencial condena por robos cometidos por menores de edad, genere una presión internacional que impida las ejecuciones. Eso buscan las organizaciones árabes de derechos humanos que se movilizaron desde que se conoció el veredicto.
No obstante, el sólo hecho de que una legislación tan brutal y oscurantista rija en Arabia Saudita, es deplorable porque, a diferencia de Sudán, Irán y el emirato delirante de los talibanes, el reino de la familia Saud no es un país aislado internacionalmente. Al contrario, es un socio comercial de muchas potencias, cuyo petróleo abastece a buena parte del planeta. Por eso, suelen escucharse en voz baja los repudios a sus decapitaciones y crucifixiones.