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Por Claudio Fantini. La fiesta que hizo Cristina Kirchner para agasajarse a sí misma con la devoción de artistas y de periodistas es peor -en términos de ética pública- que el festejo del cumpleaños de Fabiola Yáñez en Olivos, con la presencia del presidente Alberto Fernández, quien había prohibido ese tipo de reuniones a los argentinos. A diferencia de ésta, la fiesta de la vicepresidenta no fue ilegal. Pero fue obscena. Veamos.