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Por Claudio Fantini. El llanto de los niños dejó a la vista una política cruel. El estupor que estalló inmediatamente en Estados Unidos y en el mundo, se convirtió en una ola de presión que hizo retroceder a Donald Trump. Ante las cámaras, en el Despacho Oval, firmó el decreto por el cual ordenó que miles de niños enjaulados en establecimientos de la guardia fronteriza, sean reunidos con sus padres. De qué se trata.
«Bienvenido a América», dice la brutal tapa-editorial de Time contra Trump Imagen: Twitter @xavieraldekoa
El problema es que esos padres están detenidos, porque la política de Tolerancia Cero con la inmigración ilegal, considera que han delinquido. Ergo, la reunificación de las familias implica que ahora los niños quedarán detenidos junto a sus padres.
La realidad sigue siendo atroz con los inmigrantes a Estados Unidos. Aun así, reunir a esos hijos con sus padres es un hecho positivo.
El presidente Trump mintió al decir la razón por la cual firmaba esa disposición presidencial. Dijo que se había sentido mal al ver que los niños estaban sufriendo. Y eso es falso.
El magnate neoyorquino sabía bien lo que ocurría desde hace meses. Conocía la reclusión de miles de niños en jaulas situadas en centros de reclusión donde los depositaban al separarlos de sus padres. No podía ignorar que, en esa situación, lo único que podían sentir esos pequeños es un padecimiento desesperante.
Trump y el fiscal general Jeff Session habían defendido la política que estaban aplicando y su atroz consecuencia con quienes intentaban ingresar ilegalmente con sus hijos.
La criminalización del ingreso ilegal implica que, en ligar de ser deportados a sus países de orígenes, los inmigrantes atrapados en la frontera eran detenidos y llevados a tribunales norteamericanos. Los que estuvieran con hijos, eran separados de ellos, que quedaban recluidos en centros dispuestos para ese fin.
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Fue la ONG ProPublica de periodistas de investigación la que logró que la sociedad norteamericana y el mundo se enteraran del padecimiento de miles de niños, grabando el llanto y los gritos pidiendo por sus padres en un centro de reclusión de Texas.
El estupor y la indignación que generaron el audio se convirtió en la presión que obligó a Trump a dar un paso atrás. Pero hasta ahora, ha sido sólo eso, un paso atrás.
Por cierto, mirar la tragedia desde afuera como hacen los gobiernos latinoamericanos, no es precisamente una actitud edificante. La crueldad de la actual administración estadounidense no desliga al resto de la región de una responsabilidad que aún ni siquiera se ha planteado asumir.