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Por Claudio Fantini. Se lo puede definir a éste como un gobierno “conspiranoico”, entendiendo por “conspiranoia” el delirio paranoico de creer que todos los problemas y reveses se deben a conspiraciones de otros y no a defectos y errores propios.
En rigor, más que un defecto de razonamiento, se trata de una estrategia defensiva que el kirchnerismo maneja con virtuosismo.
Al fin de cuentas, todos los gobiernos han sido conspiranoicos (el alfonsinismo con el golpe de mercado, la Alianza con el FMI, etcétera) y en todos los casos, igual que ahora, no todo es delirio paranoico.
Shell podrá argumentar razones sólidas para la suba de las naftas, pero debió incluso afrontar algunas pérdidas en lugar de regalar a sus acusadores un argumento que fortalece la teoría conspiracionista.
La diferencia con el kirchnerismo es que los gobiernos anteriores se quedaron repitiendo en solitarios sus acusaciones contra los conspiradores y los especuladores, en cambio este Gobierno dispone de una eficaz usina de argumentaciones que “baja línea” a la militancia y la base y difunde su victimización “exoneradora” mediante un vasto aparato mediático oficialista.
De ese modo, logra que su feligresía repita como un mantra el argumento que pone un chivo expiatorio en la mira de la furia militante.
Eso hizo con la devaluación, eligiendo como chivo expiatorio a Shell. Está claro que el Banco Central habría podido impedir la caída de la moneda, si lo hubiera pretendido; ergo: está claro que fue el Gobierno el que devaluó y luego salió a buscar un culpable externo.
Seguramente Shell puede demostrar que el BCRA le autorizó la compra de dólares que se señala como prueba de la conspiración devaluacionista. Lo que no puede probar la compañía petrolera anglo-holandesa es que no fue negligente el aumento del 12% en sus combustibles, en medio de la discusión contra el discurso conspiranoico” del Gobierno.
La razón empresarial no puede imponerse tan fácilmente sobre la razón estratégica, en una pulseada política de semejante magnitud.