Por Claudio Fantini. Venezuela atrapó a muchos países en una disyuntiva complicada: reconocer o no a Nicolás Maduro como presidente electo. Ésa es la cuestión. Cristina Kirchner lo percibió inmediatamente por dos razones: una lógica y la otra cuestionable.
La razón lógica es el anuncio de Henrique Capriles (en Twitter: @HCapriles) durante la campaña electoral, respecto a que la Argentina le debe a Venezuela más de 13 mil millones de dólares que él se disponía a cobrarle si llegaba a la presidencia. Aunque tenga razón el líder opositor, tiene lógica apoyar al gobierno que no exigiría el pago de tal deuda. Nadie actúa contra su bolsillo.
Pero la otra razón del inmediato reconocimiento de Cristina es que así lo hicieron Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Bielorrusia, bloque de países al que Argentina pertenece cada vez más. Y las bondades de tal pertenencia son, al menos, debatibles.
Por cierto, después llegaron muchos más reconocimientos (el miércoles lo hizo el bloque de Unasur) y fueron quedando aislados los países que no lo hicieron.
El caso más notable es Estados Unidos. No se trata de una actitud descabellada, puesto que son claramente razonables las sospechas que dejó el escrutinio. Sucede que el anuncio del resultado tardó demasiado por tratarse del voto electrónico, sistema en el que no hay que contar uno por uno los sufragios porque el proceso se hace, velozmente, en el sistema informático que canalizó la elección.
La Justicia Electoral venezolana explicó que la larguísima demora se debió a la decisión de anunciar las cifras finales una vez que las mismas hubieran sido corroboradas por un conteo manual; afirmación que justifica preguntarse: ¿y por qué en las elecciones anteriores se anunciaba de inmediato el resultado que daba el sistema informático?
También da razonabilidad a la sospecha, la negativa del gobierno a contar los votos nuevamente y mostrar todas las actas y las urnas en las que se depositó el comprobante en papel del sufragio emitido electrónicamente.
La sospecha señala la posibilidad de que el resultado real haya sido un triunfo de Capriles por mínima diferencia, y que la demora en anunciarlo responde al tiempo que ocupó alterar tal resultado a favor del candidato chavista.
Pero más allá de la razonabilidad de reclamar una verificación pública del resultado antes de otorgar el reconocimiento, la posición norteamericana conduce a una disyuntiva particularmente complicada.
Si en Venezuela no se cumple el reclamo opositor de recuento de votos y exhibición pública de las actas, lo cual es muy probable, ¿persistirá la administración de Barack Obama en su no reconocimiento al gobierno de Maduro? ¿Podrá hacerlo sin suprimir la intensa relación comercial y sin romper relaciones diplomáticas? ¿En qué situación quedaría el gobierno norteamericano si vuelve sobre sus pasos y reconoce a Maduro sin que éste cumpla con lo reclamado? Preguntas inquietantes.
La elección en Venezuela no sólo dejó a un país partido en dos mitades que podrían hundirlo en la violencia. También puede profundizar la división y el enfrentamiento político en la región.