No es la clásica frase que se incluye en las miles de tarjetas navideñas que se envían ni en los millones de mensajes electrónicos que circulan por estas horas.
Es mi deseo sincero, que creo que también es el deseo de millones de argentinos. Salvo, quizá, de algunos fanáticos que han descubierto en el enfrentamiento y la división en bandos irreconciliables el modo de construir poder. Un poder efímero, como muestra la historia cotidiana.
Todos anhelamos un poco de paz, de mensajes tranquilizadores, de actitudes proclives al entendimiento y a buscar un mínimo consenso, aun sosteniendo cada uno su verdad. Pocos quieren la «guerra», la pelea permanente, el odio entre nosotros.
Pero no hay paz, sino hay pan para todos. Y la mejor forma de ganarse el pan es con un empleo digno, que ha vuelto a ser una de las principales preocupaciones de los argentinos, en momentos en que crece la desocupación y el trabajo de mala calidad. Además, en la práctica 4 de cada 10 argentinos está en «en negro», lo que implica que no tiene un pasar digno (no tienen cobertura en salud) y su futuro es incierto (no tienen aportes jubilatorios). El Estado asistencial debe hacer el resto, no «clientelismo».
Y tampoco hay paz y pan, sino hay justicia para quien -víctima de la inseguridad- sufre la muerte de un ser querido, para quien pierde sus bienes y su honor, fruto de la delincuencia y la marginalidad, muchas veces consumida por la droga.
Pongamos lo mejor para nuestros familiares y amigos en el Arbolito, y nosotros nos propongamos trabajar por la paz, el pan y la justicia para todos.
Es la mejor Navidad (un nuevo nacimiento) que podemos regalarnos los argentinos.