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Por Claudio Fantini. La deskirchnerización que parece avanzar en la Argentina de manera inexorable, tiene su correlato en Venezuela. Pese a que la “ineptocracia” -que encabeza Nicolás Maduro– cuenta aún con la estructura estatal y el sistema mediático convertido en un aparato de propaganda que difunde la versión chavista de una realidad cada vez más difícil de camuflar.
Con eso y con los poderes policial y militar, de momento le alcanza al chavismo para mantenerse arriba del escenario político. Pero su poder se diluye aceleradamente, por la oceánica ineptitud del gobierno. Si los precios del petróleo son bajos, se avecina el colapso productivo, la hiperinflación y la escasez.
Del mismo modo que en la Argentina quedaron a la vista inmensos fracasos que en la “década ganada” parecían vigorosos éxitos, la caída del precio del petróleo demostró que el crecimiento experimentado con el crudo por las nubes, nunca se tradujo en desarrollo económico y social.
Hoy, PDVSA languidece y Venezuela importa petróleo de Estados Unidos; tiendas, almacenes, farmacias y supermercados están vacíos de productos. El gobierno chavista está al borde del default con sus acreedores, como es el caso de Uruguay, que denuncia la falta de pagos de Caracas.
La postal argentina de la realidad que desenmascara la ficción se ve claramente en el colapso de las empresas y organizaciones sociales, cuyos aparentes éxitos y fortalezas eran espejismos provocados por una desmesurada y posiblemente delictiva financiación oficial.
Muchas organizaciones sociales que hubieran recibido los millonarios subsidios que recibió la Tupac Amaru, habría podido construir viviendas y escuelas, con la diferencia de que no se habrían enriquecido oscuramente los funcionarios que intermediaban las entregas de dinero. Ni habrían acumulado un poder feudal y autoritario como hizo la dirigencia de esa organización jujeña.
Ni bien se fue el kirchnerismo de la Casa Rosada, la Tupac Amaru dejó a la vista su desastre financiero y sus agujeros negros en las cuentas.
Lo mismo pasó con empresas robustecidas con la obra pública arbitrariamente concedida, como Austral Construcciones, que cuando no obtuvo los fondos que le enviaban Néstor y Cristina Kirchner, se fue a pique en un santiamén, dejando a miles de obreros en la calle.
Otro de los tantos casos es el Grupo 23, de Sergio Spolsky y Matías Garfunkel, conglomerado de medios sin públicos, pero con pautas oficiales oceánicas, que ni bien se cortaron, porque ya no hubo un gobierno dispuesto a financiarlos por razones políticas, se hundió como el Titanic, debiendo cifras millonarias a periodistas y al resto del personal.
La caída de la soja no fue tan abrupta como la del petróleo, pero alcanzó para mostrar la ficción económica kirchnerista. Con diez años de viento de cola, sólo hubo expansión, pero no desarrollo económico ni social. Por eso se mantenía la madeja ultramillonaria de subsidios que, ganase quien ganare la última elección presidencial, habría tenido que empezar a desmontar.
En el Ecuador de Rafael Correa y en el Brasil del PT, los mismos gobiernos que con viento de cola pudieron financiar grandes déficit fiscales, ahora realizan fortísimos ajustes.
Pero la postal más visible y patética del final de una década excedentaria por el precio que alcanzaron las materias primas, se reproduce en Venezuela y en la Argentina. De manera diferente, avanzan la deschavización y la deskirchnerización.