Por Claudio Fantini. Un puñado de artistas extrañan a Cristina Kirchner y están convencidos de que, en pocos días, Mauricio Macri batió récords en materia de destrucción social y económica. Por eso se juntaron en una plaza porteña a reclamar que vuelvan “la alegría, el trabajo y la libertad”. Pero Joaquín Sabina recordó algo más grave.

Una parte de la clase media admira a esos actores y músicos que extrañan tanto a Cristina y denuncian la crueldad del Gobierno al que consideran puesto por Clarín y La Nación.

Mientras, la otra parte de la clase media -que no extraña a Cristina- no cree que esté estallando una bomba neutrónica macrista y escucha a los artistas cristinistas con perplejidad, preguntándose si consumir el “relato” los hizo entrar en un trance delirante del que aún no pueden salir.

Para esa parte de la clase media, lo más sensato que le escucharon a un artista en la última semana provino de Joaquín Sabina, un cantante español que, a contramano de los que fueron a la plaza para añorar “la alegría, el trabajo y la libertad”, subrayó como lo más grave de la década kirchnerista, “la división” de los argentinos.

Sabina se da cuenta de la gravedad que implica haber partido la sociedad, poniendo una parte contra la otra. Atribuye al kirchnerismo esa fractura en la que se incuban viscosos odios.

Se podría agregar, sin riesgo de error, que la división de la sociedad fue un acto deliberado, que formó parte de una estrategia de construcción de poder.

Lo ve Sabina y muchos artistas argentinos que no fueron el sábado a la plaza. Posiblemente, como la parte antikirchnerista y no-kirchnerista de la sociedad (suma que da por resultado una mayoría contundente) cuando escuchan a sus pares añorando y mimando el ego a Cristina, sienten que están diciendo estupideces y actúan como los miembros de esas sectas que practican la adoración lunática de sus líderes.

Fito Páez cerró una multitudinaria concentración en el porteño Parque Saavedra | Foto: infonews.com

Los artistas sensibles que se plantaron en “resistencia” contra el aniquilamiento de “la alegría, el trabajo y la libertad”, no reclaman que se esclarezca la muerte de Nisman, ni los presuntos vínculos de la mafia de la efedrina con Aníbal Fernández. Tampoco les importa saber si Lázaro Báez era o no uno de los testaferros con que, aparentemente, Néstor se apropiaba de fondos estatales a través de la obra pública.

Seguramente, hay razones para criticar a Macri. Por lo pronto, el fin de las retenciones a la minería y la falta de energía política para evitar que la especulación de algunos grupos empresarios concentrados, que muestran más codicia que ética empresarial, hayan provocado subas de precios tan injustificadas como nocivas, son aspectos cuestionables del Gobierno.

Aunque no es precisamente el kirchnerismo quien le puede criticar esos aspectos. Al fin de cuentas, Néstor y Cristina fueron protectores de polémicas multinacionales mineras y, más allá de pelearse con el Grupo Clarín por cuestiones políticas, no hicieron nada para evitar que en muchas áreas de la producción y el comercio haya empresas con gravitación lo suficientemente desmesurada como para distorsionar el mercado.

Tampoco tienen autoridad moral para posar de sensibles los que no se conmovieron por la muerte del fiscal que estaba por denunciar a Cristina, ni por la muerte de los activistas qoms reprimidos en Formosa, ni por las muertes que causó la corrupción en la estación de Once.

Eso sí: los artistas que añoran a Cristina fueron a la plaza por lealtad y no por dinero. La añorada ya no está en la Casa Rosada para premiar lealtades con contratos. Ahora actuaron por convencimiento y verdadera lealtad.

Pero eso no vuelve más lógico su reclamo de “alegría, trabajo y libertad”, que la observación hecha por ese artista español que quiere tanto a la Argentina y se llama Joaquín Savina: lo más grave que dejó el kirchnerismo es una profunda división entre los argentinos.