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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Se habla mucho “¿Para crear conflictos o para construir consensos?”, “¿Para enemistarse o para entenderse?” Ése fue el eje de una charla que di en Barcelona en la sede de la Escuela de Administración de Empresas de la Politécnica de Catalunya. Tomé ejemplos de la Argentina, pero también de España, que desde hace varios meses intenta formar nuevo gobierno.
Una conversación es el más fecundo y natural ejercicio de nuestra inteligencia. La conversación produce comunicación, brinda enseñanza y dispone a la acción. Una conversación -a diferencia de un interrogatorio, un debate o una discusión- es un intercambio de información en un ambiente de entendimiento cordial, en el que cada intervención es un disparador para la construcción de respuestas compartidas.
Pareciera que tenemos que aprender. Las conversaciones por radio o por televisión descienden -con facilidad- a la descalificación y, eventualmente, a la agresión. Y así constatamos que los resultados de nuestra inteligencia social pueden ser constructivos o, por el contrario, vulgares o, incluso, despreciables. La reflexión en la charla fue: “Conversaciones inteligentes y conversaciones estúpidas”.
Hice un rápido paneo entre los asistentes y manifestaron que en las malas conversaciones, las ocurrencias son escasas, pobres o nulas, encapsuladas en frases de compromiso, en chicanas, frases gastadas y con la conclusión que el mundo está mal, y que mejor no meterse en política. En ellas, se genera el desánimo y el retiro. Por el contrario, cuando se logra una buena conversación aparece el significado, se genera la creatividad, el estímulo y el entusiasmo. En ellas surge la predisposición a la acción.
El sondeo final, por aplastante mayoría de los presentes, arrojó que tanto en España como en la Argentina, en las reuniones televisadas, con la presencia de dirigentes políticos y empresariales, hay una predominancia de conversaciones fútiles por oposición a generadoras de buenas ocurrencias y de ánimo para enfrentar los problemas y encaminarse a objetivos comunes.
Uno de los participantes afirmó: “En general los dirigentes que comparten una reunión viven en la misma realidad, pero en mundos distintos, formados con los significados que dan a las cosas y de allí que su visión por lo general es antagónica”.
Para pensarlo, tenemos mucho que aprender.