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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Hay una especia de «Ley de Hierro» que establece que la educación de una persona no le garantiza la inclusión. Sin embargo, si no se educa, casi con seguridad estará excluida. La experiencia indica que una de las formas de mejorar los índices de inclusión es la educación. Es la dimensión que fortalece las posibilidades de conseguir trabajo y mejores oportunidades de crecimiento.
Hoy el eje debería girar en «el interés por enseñar y aprender«.
No es fácil encontrar a una persona que esté conforme con la cuestión educativa, sobre todo con los énfasis y los resultados. Los énfasis, porque muchas veces se coloca el acento en los medios y no en los fines. Por caso, en la cantidad de escuelas que se proyectan o realizan, pero no en la calidad de los planes de estudio y de enseñanza. Hoy, el eje debería girar en «el interés por enseñar y aprender».
Una forma sutil de exclusión es no trabajar en aquello para lo cual uno se ha formado. En Córdoba, conozco a taxistas que son profesionales.
Hemos entrado en «la era del aprendizaje necesario«, cuya contracara serán la exclusión, la marginalidad, la ineficacia, o la quiebra si hablamos de empresas.
Tanto en la enseñanza media, como en la universitaria, se viven conflictos que paradójicamente, están ocultos cuando no se manifiestan. Soy docente y a través de una encuesta realizada a otros colegas llegué a un diagnóstico consensuado que se sintetiza en tres grandes aspectos:
Le preguntamos a un grupo de personas de diversas organizaciones que, a su vez, son padres, respecto a sus hijos en calidad de estudiantes. Algunas de las frases que se repitieron fueron: «nuestros hijos no nos hacen caso»; «se acuestan muy tarde, casi de madrugada»; «el sistema educativo es ineficiente».
Los docentes contraatacan a lo que llaman «incompetencia o claudicación formativa» de las familias, que no han sabido inculcar los mínimos hábitos de comportamiento a los futuros alumnos.
En un círculo vicioso donde se reparten culpas, nadie cree poder hacer nada, cuando sería mejor que todos pensaran en que sí se puede. Lo que cada uno hace, o deja de hacer, repercute en lo social aunque sus efectos pueden no ser inmediatos. Vale recordar que, en pocos años, tendremos la sociedad que estamos fabricando hoy.
Un rasgo común es la falta de autoexigencia de los protagonistas educativos, comenzando por los padres. Es necesario repensar esos procesos.
Otro elemento es la mala «pedagogía de los derechos», la cual nos ha conducido a una cultura del reclamo y de la protesta, en vez de la de la responsabilidad y la participación. A esto, se le agregan los malos ejemplos recibidos desde la conducción de muchas organizaciones y la forma inadecuada de dirimir los conflictos.
Disolver la «Ley de Hierro» requiere la participación de todos los actores bajo premisas claras que apunten a extender (como derecho) el acceso a la educación y al ejercicio de lo aprendido, en lugar de preocuparse por generar más egresados, y así posibilitar una mayor y mejor inclusión en la sociedad.