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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Solo el ser humano habla. Puede conceptualizar la realidad y expresarla en palabras y, así, cada grupo social crea su ámbito lingüístico: los intelectuales, los periodistas, los chicos de la calle, los políticos, los empresarios. Todo buscan una identidad personal en lo que es más propio al hombre: el lenguaje.
La palabra es el vehículo del pensamiento y, a su vez, de la realización de éste. Si nos faltaran las palabras no podríamos pensar.
Pensamos hablando. En cualquier proceso de nuestra mente, aún inconscientemente, usamos palabras. En los sueños, empleamos palabras para “vivir” el sueño y luego transformamos las imágenes en palabras.
Uno de los elementos de la fuerza de la palabra es su respaldo al vincularla con la realidad que intentamos transmitir.
La fuerza de la palabra (con la que podemos “conquistar un imperio” o “destrozar una vida”).
Bajo el disfraz del lenguaje se pueden camuflar emociones, intereses y pasiones y por eso el management comunicacional intenta analizarlo y desencriptarlo.
Éste es uno de los desafíos actuales del cambio organizacional: descubrir qué se esconde detrás de las proposiciones, en las que a veces prima “la mentira organizada”; en las que a veces lo verosímil desalojó del primer puesto de credibilidad a lo verdadero.
La palabra es el instrumento esencial del hombre que, para vivir en sociedad y dirigir las organizaciones necesita ser revalorizado, volver a ser motor de la creatividad y de la potencia y orientación del cambio; volver a gozar del prestigio de ese “con su palabra me basta”; volver a tener la claridad que alguna vez tuvo.
Se necesita revalorizar las palabras para que recreen la certidumbre, a veces esencial, por la que muchas personas pueden vivir o también morir.
Para lograr eficacia, las ideas necesitan ser comprendidas y sobre todo creídas. La eficacia de las ideas está determinada por esta realidad.