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Por Eugenio Gimeno Balaguer. El conflicto es una situación en la que dos o más individuos o grupos, con intereses contrapuestos, entran en confrontación, oposición o emprenden acciones antagonistas, con el objetivo de neutralizar, dañar o eliminar a la parte rival. La acción apunta a la consecución de los objetivos que motivaron esa confrontación.
Las partes en conflicto “ven distintos mundos” y, por supuesto, detrás están los valores, el estatus, el poder y los recursos. El conflicto genera problemas tanto a los directamente envueltos como a otras personas.
Hay sistematización en su análisis y tratamiento, por ejemplo, Heráclito y Aristóteles señalaban que el conflicto es el promotor del cambio y, a su vez, es consecuencia de éste.
La palabra procede del latín conflictus y numerosos análisis nos hablan de distintas clases: social, laboral, bélico, de intereses, moral, cognitivo, familiar, etcétera. Hay no menos de una decena de tipos o caracterizaciones que son siempre humanos, ya que en la naturaleza no existen conflictos.
Es el que nos interesa actualmente. Decimos que es una lucha o enfrentamiento existente en una sociedad entre varios grupos sociales.
Normalmente, la disputa se produce, por un lado, para conseguir poder, recursos o derechos y, por el otro lado, se lucha por mantener los privilegios o las situaciones de desigualdad de las que el grupo se beneficia.
Para que esta situación exista es necesario que exista un desacuerdo, que no se haya resuelto. Por lo general, existen causas subyacentes que pueden ser conscientes o inconscientes.
Hay una diferencia básica entre una expectativa y la realidad. La primera es un mapa que nos dice “cómo debería ser” una situación. La segunda es el territorio, o sea “cómo es” esa situación. Sin embargo, muchos creen que sus mapas son precisos y que “las cosas son como yo las veo en mi mapa”.
Las expectativas en conflicto pueden solucionarse si se desarrolla un “Convenio de gestión”, que es una herramienta para destrabar conflictos haciendo que todas las expectativas pasen a ser explícitas.
Para ser efectivo, un “Convenio de gestión” debe encarnar las expectativas de todas las partes implicadas. Pero esto no es fácil, exige que las partes confíen unas en otras y que estén dispuestas a escuchar y hablar con autenticidad y a generar sinergia, es decir, aprender de las expresiones de las demás partes para alcanzar un convenio donde todos ganen.
Un buen “Convenio de gestión” logra que las personas comprendan perfectamente las expectativas –propias y ajenas- y alcancen un compromiso claro y recíproco respecto a lo que se espera de cada una de ellas. Este compromiso es lo que alienta la responsabilidad personal.
Si aplicáramos este convenio en nuestros distintos roles, personales y profesionales, habríamos resuelto muchos de nuestros problemas en el trabajo, en nuestras familias y en la sociedad.
Hay que clarificar las expectativas mediante un hábito de liderazgo interpersonal que supone aprendizaje recíproco, influencia mutua, intereses compartidos. Para crear estos beneficios mutuos se necesita mucho coraje y también mucha consideración, en particular, si actuamos con personas que piensan que “si uno gana, el otro pierde”.
En suma, hace falta un grado de madurez para manejar las expectativas tanto propias como ajenas. Cuando esto se logre, será un signo de desarrollo social consistente, en el que -con seguridad- el conflicto habrá desaparecido.