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Por Eugenio Gimeno Balaguer. «La metáfora es la aplicación de un nombre a una cosa que es propia de otra», decía Aristóteles. Y agregaba: «La habilidad para utilizar la metáfora entraña una percepción de las similaridades». Somos seres simbólicos y, en la misma medida, metafóricos; nuestras relaciones sociales están estructuradas metafóricamente.
La metáfora es, sobre todo, un método diferente de percepción. Gracias a ella, personas procedentes de contextos muy distintos y con experiencias muy diferentes pueden, mediante el empleo de la imaginación y los símbolos, comprender algo de un modo intuitivo y sin necesidad de efectuar una labor de análisis o generalización.
La metáfora es de gran eficacia para fomentar el compromiso con una idea, una visión o un proyecto.
A veces, las imágenes metafóricas tienen múltiples significados y aparecen como lógicamente contradictorias, e incluso irracionales. Pero esta característica, en lugar de un inconveniente es, realmente, una gran virtud. Porque el mismo conflicto que encierra la metáfora es el que provoca o inicia el proceso creativo.
El famoso sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman afirmaba que, antes que existiera la cultura de la posverdad, teníamos una cultura del aprendizaje y el conocimiento.
“A tenemos una cultura líquida del desapego, la discontinuidad y el olvido. La modernidad fue transformada en modernización, centro comercial, consumo y moda, con una constante producción de basura informática; niños, jóvenes y viejos pegados a sus celulares o móviles como idiotas digitales”, decía Bauman y continuaba: “Nos encontramos en condiciones sociales enfermas. La gente culta e informada y los analfabetos se confunden en un todo. El medio digital ha idiotizado a una mayoría, no sólo a quienes caminan, sino a los que conducen. Se trata de una epidemia sin control, que está llevando las relaciones humanas al grado cero. Se nos incentiva y predispone, a actuar de manera egocéntrica y materialista, guiados y ayudados por una producción de metáforas infinita”.
La magia en los mercados del consumo digital consiste en hacer a las personas borregos obedientes. Basta un clic y el sujeto queda atrapado en un sistema que lo puede capturar durante horas y horas del día.
Algunos analistas afirman que las metáforas en política conducen a la economía del engaño y condicionamiento psicológico, seducido por la imagen y la propaganda, que se traduce socialmente en una manada, un “rebaño pasivo y conformista”.
Esto es importante en política donde el ejercicio de la imaginación va por delante de la acción política.
Toda ideología política, expresa un objetivo en imágenes, modelos y metáforas ideales.
La misma noción de justicia se ha representado en un símbolo metafórico, la figura de la mujer con los ojos vendados y la balanza perfectamente equilibrada que simboliza la equidad y racionalidad. La metáfora ha sido y es decisiva en el cambio social y está en el origen y desarrollo del cambio.
Gracias a la imaginación metafórica y sus representaciones simbólicas, los seres humanos nos identificamos con un estado o con un grupo político.
El lenguaje y el pensamiento metafórico son seguramente ineludibles, ya que es una manera rápida y eficaz de representar de una forma sencilla cuestiones que son complejas, pero a veces se trata también de una estratagema brillante de ocultar la realidad de las cosas.
Es muy importante distinguir lo que es metafórico de lo que no lo es. La metáfora nos aporta una verdad de sentido, pero no una verdad a secas. Confundir una cosa con otra puede ser letal.
Si decimos de alguien que “tiene un corazón de oro”, estamos hablando de calidades emocionales, y no de una monstruosidad anatómica.
Cuando decimos que “como hecho es un trapo, una bandera”, sentimos que como idea es un símbolo divino; cuando hablamos de utopía como una metáfora ideal pensamos en lo que debe inspirar la evolución social más allá de cualquier modelo político.