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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Cuando menciono la palabra sentimientos, mis interlocutores tienen dos reacciones contrapuestas. Unos, dicen que “es importante”; otros, que “es sólo una cuestión light”. Estimo que se conoce poco el campo afectivo del ser humano y muchas veces se ignora el significado. En una primera aproximación podemos distinguir tres niveles de afectividad: los impulsos, los apegos y los sentimientos. Repasemos.
Son el balance consciente de nuestra situación, nos indican el modo en que están funcionando nuestros proyectos en contacto con la realidad. Algunos ejemplos:
El sentimiento es una experiencia consciente, que sintetiza los datos que tenemos acerca de las transacciones entre mis deseos, expectativas o creencias, y la realidad.
Los sentimientos son una puerta de acceso a nuestra intimidad no consciente y el motor que alimenta nuestra confianza hacia afuera. El análisis sentimental pone en claro las diferentes partidas que componen el balance, los ingredientes de esa mezcla afectiva, y qué podemos entrever de la estructura de la personalidad.
Los empresarios, los políticos, los dirigentes en general podrían tomar decisiones más adecuadas si efectuaran un análisis sentimental de los grupos humanos.
La racionalidad no se reduce exclusivamente a lo intelectual, lógico o discursivo, también la emotividad es racional. La dimensión emotiva de la racionalidad “ve” y logra alcanzar otros niveles y regiones de la realidad, de la existencia y del ser humano.
En algunos talleres desarrollamos un ejercicio que llamamos “mercado de sentimientos”, en el que –increíblemente- a veces trabajamos con cien de ellos. ¿Imaginaba usted que había tantos?
Son los sentimientos manifestados y captados los que llevan a la acción. Por ejemplo:
Ese “tablero” tiene gran importancia para comprender y evaluar el comportamiento humano en las organizaciones y para la eficacia de los resultados.
La gerencia o la conducción que no tome en cuenta esto perderá y dejará de ganar clientes; los políticos perderán y dejarán de ganar seguidores; la sociedad como un todo tendrá un perfil u otro.
Del mismo modo que las palabras forman un sistema lingüístico, los sentimientos de una cultura forman un sistema afectivo, que distingue a una organización de otra, y a las islas cualitativas, donde el hacer bien y el sentirse bien se amalgaman; de las grandes superficies comunes, donde abundan las incoherencias entre lo que se hace y lo que se siente.
¿A qué aspiramos en nuestras organizaciones y en nuestra comunidad?