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Por Héctor Cometto.
Hay una estética muy utilizada para agigantar la épica que naturalmente tiene el deporte, al estilo de películas 300, El Señor de los Anillos o Gladiador, y que se usa en las publicidades o anuncios de transmisiones.
Pero hay momentos en los que el deporte crea naturalmente esas sensaciones en estado puro, definitivas, para tornarlo esencial.
El llanto de Del Potro, después de Federer y tras Djokovic, coronaba horas plenas de esas imágenes. Hace un año y medio figuraba 849 en el ranking de la ATP y tras la recuperación de la lesión y posterior operación, logra una actuación de película justo en una superficie en la que nunca había brillado.
Reafirma con la medalla de bronce el final de una secuencia que no tendría la misma consideración si hubiera perdido. ¿La repercusión del gol de Maradona a los ingleses sería la misma si no se le ganaba la final a Alemania?
Generar leyenda hoy es más difícil que antes: ayer, la generaba el relato; hoy, mil cámaras muestran la realidad muy cruda. Eso sí: cuando se escenifica, repercute en todos los rincones. La gente ante las vidrieras hace recordar las imágenes históricas cuando se reunían en torno a la radio de válvula por los relatos de Firpo-Dempsey. Es difícil adueñarse del relato en tiempos del delivery y HDTV en lugar de pan y circo.
Los jugadores de Belgrano fueron nuevamente espartanos en ese Paso de las Termópilas que se transformó el Monumental para los persas (River), ejército absolutamente mayoritario que sufre un duro revés ante 300 (aquí un poco más si contamos los 3.000 piratas), que los encajonan primero, y ejecutan después.
Esas imágenes no se borran jamás.