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Por Rosa Bertino.
El 27 de julio último, la vedette Moria Casán estuvo en Paraguay presentando su show. Es su propia marca de fábrica y una Pyme andante, que se queja de los que “se cuelgan” de su voluminosa pechera. Con ese negocio a cuestas, viaje con frecuencia al interior de la Argentina y a países vecinos.
En Asunción, nunca más se supo de las alhajas que lució durante el desfile, las que sí se aprecian en fotos y videos. Su propietario, el joyero Armando Benítez, las valuó en 80 mil dólares y, ahora, las reclama con insistencia. Moria elogió esas “magníficas joyas”, pero ahora dice que eran bijouterie.
El episodio dista de ser gracioso, ya que supone un pedido de captura internacional. No es la primera vez que Ana María Casanova (tal su verdadero nombre), quien cumpió 66 años el jueves 16/08, se mete en líos con la ley y el orden.
En un sugestivo paralelo con Susana Giménez, alguna vez gran colega y amiga, Moria no sabe elegir bien a sus compañeros de ruta o alcoba. Su socio actual, Luciano Garbellano, es un “empresario” de la noche que tenía un prostíbulo para gays. Lo malo es que alguien chantajeaba clientes. Un ex novio, el ambiguo Xavier Ferreyra Vázquez, fue preso por autos robados y sostiene que ella se quedó con dos.
A su vez, Susana Giménez, quien por fin parece haber precintado su dormitorio, mantuvo sendas relaciones eróticas-comerciales con Jorge “Corcho” Rodríguez y con el uruguayo Jorge Rama. Esta última terminó peor, si bien la diva logró zafar de la denuncia por cheques en los cuales su firma aparecía “falsificada”.
Podría decirse que el affaire paraguayo es, sobre todo, un papelón insigne. Para ello haría falta tener pudor y vergüenza. Si se tratara de un funcionario, nos horrorizaríamos y exigiríamos su renuncia. La TV nunca le va a pedir la renuncia a Moria Casán. Ni tampoco una revista especializada en temas de corrupción política, para quien Moria es un ejemplar “bizarro”, que “metaforiza” nuestra simpatía por el choreo. Tremendo.