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Por Rosa Bertino (Periodista especializada en temas de Espectáculos). Días atrás, un extraterrestre (es decir, alguien como yo) se preguntaba para qué eran esas colas interminables frente al Buen Pastor y en la Plaza San Martín.
El marciano y yo nos preguntábamos si estarían por venir Piqué y Shakira…
… o se jugaría el mundial de algo, o si resucitaron los Beatles. Pues no, apenas se trataba de conseguir una entrada para el festejo de Talleres en el Estadio Kempes.
Lo de “apenas” corre por mi cuenta. Hasta el marciano sabe que Talleres es un tradicional club de fútbol, pero lo creíamos algo alicaído. Sin embargo, más de 50 mil personas pagaron para estar ahí, el jueves pasado.
No me pregunten exactamente para qué, ya que tampoco viene al caso. Lo que impresiona es la adhesión (pasión) que genera el deporte en la sociedad actual. Ni Marcelo Tinelli con toda su troupe, más el Ravi Shankar y algún carismático, lograrían cortar tanta entrada. Son pocas las estrellas de cine o TV que hoy ganan tanto como un crack.
Estos protagonizan publicidades cuantiosas y generaron el surgimiento de las “botineras”, denominación que engloba a las chicas que andan a la pesca de un futbolista, tenista, rugbier, etcétera. ¿Para qué cazar empresarios si un delantero gana más y tiene más glamour?
Es obvio que el fenómeno se relaciona con una progresiva pérdida de la identidad nacional. Hoy por hoy, cualquier ciudadano del mundo hincha por su bandera sólo cuando la ve flamear en un campo de juego. Si es un acto o ceremonia, no le da bolilla. Esto se traduce automáticamente a la política. Está tan devaluada, como carrera o servicio civil, que los líderes partidarios se ven precisados (o eso creen) de convocar figurines. Gente “con imagen”, lo cual incluye a referís y, si nos descuidemos, jueces de línea.
En Córdoba, Mauricio Macri intentó seducir al árbitro Héctor Baldassi y al basquetbolista Fabricio Oberto. Otros lo buscan al “Gato” Romero o lo siguen cortejando a Marcelo Milanesio, largamente retirado. Lo curioso es que nadie parece percatarse que Héctor “Pichi” Campana no se destacó en la función pública. O que el ex árbitro Javier Castrilli no consiguió proyectarse.
Otrora, los actores eran los principales tentados para sumarse a la marquesina política. Pero las férreas convicciones radicales no impidieron que Luis Brandoni o «Nito» Artaza volvieran presurosos a las tablas. En cuanto a los santafesinos, la mitad suspiró con alivio, cuando Miguel Del Sel no obtuvo la gobernación. Se lo nota más cómodo en el living de Susana, que recorriendo alcantarillas. A Nacha Guevara, los K la pusieron de figurita y luego la despegaron sin miramientos.
La lista de “gente conocida” llamada a encabezar una boleta para las elecciones no es muy extensa, pero sí infructuosa. Problema nuestro, si la política también nos entra por los ojos.