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Por Claudio Fantini. El papa Francisco, el ex cardenal argentino Remo Bergoglio, cumple el jueves 13 su primer año como jefe de la Iglesia Católica. ¿Tiene lógica proponerlo para el Nobel? ¿Lo merece? ¿Es una pretensión merecida?
Si se tiene en cuenta el objetivo original de la célebre distinción, no hay razones de peso para que el pontífice argentino reciba el Nobel de la Paz. En definitiva, no ha mediado en ningún conflicto ni ha jugado aún roles relevantes para evitar guerras.
Por ejemplo, el argentino Carlos Saavedra Lamas recibió el premio por su aporte al acuerdo que puso fin a la “guerra del Chaco”, entre Bolivia y Paraguay, y por impulsar un pacto antibélico que logró la firma de una veintena de naciones.
Muchos líderes que, antes que estadistas fueron duros guerreros, como el general Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, fueron premiados para incentivar los históricos acuerdos pacificadores entre Israel y Palestina.
El papa Francisco genera grandes expectativas al adoptar iniciativas en direcciones positivas en el seno de la Iglesia, pero aún no ha jugado roles significativos en el escenario mundial, más allá del reconocimiento de la prensa internacional (fue proclamado El hombre del Año por Times y Le Monde, entre otros medios).
El papa Francisco no merecía que su equivocada nominación esté junto a otra que, directamente, parece una burla cruel, la del belicista Vladimir Putin.
No está mal tener en cuenta a un Papa para el Nobel de la Paz. Pablo VI habría merecido una nominación por haber dado importantes pasos en el diálogo ecuménico, a partir de su visita a Jerusalén y sus encuentros con Atenágoras I, patriarca de Constantinopla, al que visitó en Estambul y recibió en el Vaticano, y con quien derogó la mutua excomunión que enfrentaba a las iglesias cristianas de Oriente y Occidente desde el cisma del Siglo XI.
También merecía la distinción Karol Wojtila, por la eficaz mediación que encargó al cardenal Samoré, evitando una catastrófica guerra entre las dictaduras de Argentina y Chile en los años setenta.
El Papa Francisco aún tiene demasiadas cuestiones muy complejas e inmediatas que resolver en la Iglesia, como para zambullirse de lleno en los conflictos del mundo.
Por cierto, en la larga lista de figuras propuestas para el Nobel, el pontífice no es el que menos merecimiento tiene. Que entre los nombres aparezca el de Vladimir Vladimirovich Putin, hasta parece un sarcasmo.
Quienes proponen al presidente ruso, sostienen que lo merece, entre otras cosas, por su mediación para convencer al régimen sirio de entregar sus arsenales químicos. Aun dejando de lado que Putin ha sido y es el principal proveedor de armas de Siria y que, probablemente, no habría pedido a Bashar al Assad que entregue esas armas de destrucción masiva de no haber irrumpido la amenaza de un ataque militar que planteó otro Nobel de la Paz, Barack Obama, jamás se le habría ocurrido desarmar a un aliado.
El jefe del Kremlin tiene demasiadas manchas bélicas para merecer tal nominación. En los primeros años de su poder arrasó al separatismo caucásico con una guerra brutal. En 2008, invadió Georgia para ocupar los territorios de Abjasia y Osetia del Sur. Y al momento de ser propuesto al Nobel de la Paz, perpetra la ocupación militar de Crimea para que vuelva a ser de Rusia la estratégica península que hoy pertenece legalmente a Ucrania.
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